miércoles, 18 de noviembre de 2009

Post Mórtem - Día 6

Éste relato va dividido en varias partes que se corresponden con los días en los que se sucede la historia, serán publicados por separado. Para evitar la lectura equivocada del capítulo se incluyen links directos a cada uno de los capítulos anteriores y posteriores, de forma que la lectura y localización de los mismos sea más sencilla, por igual, el grueso del texto estará oculto bajo la etiqueta “Leer más” para evitar “lecturas equivocadas”. Espero que os guste.


Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5

Post Mórtem - Día 6

Por Ismael Guerrero.

Con la colaboración de Diego Alberto Gimeno en las traducciones a fabla aragonesa.



Me despertaron unos fortísimos golpes en la puerta. Me levanté todo lo rápido que mis entumecidos músculos me permitieron e instintivamente corrí escaleras arriba, dando tumbos, para coger la escopeta de Rebeca. Me podría haber limitado a abrir la puerta y darle una cordial bienvenida al visitante, pero en mi enajenada mente solo podía cavilar que Pepe venía en mi búsqueda para matarme. Quité los cerrojos y comencé a abrir la puerta muy lentamente, escopeta en mano sutilmente oculta detrás de la puerta. Al abrir la puerta el sol me hacía daño en los ojos, la silueta de un hombre robusto con un puro en la boca comenzó a dibujarse a contra luz.

-¡Javier! ¡Joder Javier!

-¿Ernesto?- dije confuso y entrecerrando los ojos -¡Ernesto!

-¡Joder Javier! pero que facha llevas- en efecto los últimos días no me había hecho justicia -¡despeinado y sin afeitar! no te reconozco Javier.- Soltó algunas inocentes carcajadas a mi costa, aproveché para dejar la escopeta disimuladamente detrás de la puerta. El pobre Ernesto aún se estaba riendo cuando lo cogí violentamente del cuello de la camisa y le dije amenazante que íbamos a arreglar mi coche en ese preciso momento, sorprendido reprochó -¿Que pasa Javier no te dan de comer? Que genio maño, encima de que vengo de propio...- Le expliqué que cuando llegáramos a Zaragoza le aclararía todo, pero que no disponíamos de tiempo y no le podía decir por qué. Lo cogí de la americana y lo arrastré camino al coche mientras ponía en entredicho mi cordura, y en efecto no se equivocaba, las críticas experiencias que había vivido los últimos días habían hecho que me saliera de mis cabales.

Llegamos a mi coche, Ernesto había dejado su camioneta en el pequeño prado que precedía al pueblo.

-Ahí lo tienes, venga, arréglalo ya.- Le achuché zarandeándolo de un brazo, Ernesto me miró disgustado y abrió el capó.

-Es la correa de la distribución- explicó -la has quemado.

-¡Tu solo dime si puedes arreglarla, joder!

-Si, si que puedo- dijo claramente malhumorado - y cálmate o te soltaré dos ostias consagradas- añadió antes de ponerse manos a la obra. Mientras tanto yo miraba nerviosos en todas las direcciones, con la molesta y continua sensación de que iba a ser descubierto de un momento a otro, la paranoia se estaba cebando en mi.

-Ya está, arreglado ¿te has tranquilizado ya?

-No hasta que estemos en Zaragoza- increpé -vamos a probar a ver si arranca.

-Arrancará.- Dijo Ernesto seguro de su trabajo. Me senté en el asiento del conductor y busque en mis bolsillos.

-¿Que pasa?- Preguntó Ernesto.

-Joder.- Seguí rebuscando.

-¿Las llaves verdad?

-¡Si joder! ¡las llaves, las putas llaves! ¡me he dejado las llaves!

-Pues tendrás que ir a buscarlas.- Dijo Ernesto con toda la pachorra del mundo, defecto que lo definía muy bien.

-¡Si copón!- le aticé un golpe al salpicadero -Espérame en tu furgoneta.

Estaba de vuelta en casa de Rebeca, deseando con todas mis fuerzas que fuera la última vez. Me acordé de su sensata sugerencia, cuando dijo que buscara otra casa donde alojarme, ojala no le hubiera insistido tanto para quedarme a la difunta vieja. En la cocina no estaban, así que subí al piso de arriba, la atmósfera que se respiraba era descriptible de muchas maneras excepto agradable. Comencé a rebuscar por el que había sido mi temporal dormitorio, mientras empecé a poner todo patas arriba buscando las llaves escuché el motor de una camioneta en la puerta. Estaba demasiado ocupado buscando, lo único que me ataba en aquel infierno era un minúsculo trocico de metal que no encontraba por ninguna parte, “Joder que huevos tiene el Ernesto” pensé “mira que le dije que me esperara junto a la camioneta”. Oí como la puerta se abría de golpe y unos pies de paso firme subían la escalera -Joder Ernesto- grité -te dije que me esperaras coño, eres durico de mollera ¿eh?- Encontré las llaves en el bolsillo de un pantalón -¡Aquí están! ya podemos irnos de este maldito pueblucho dejado de la mano de D....- me di la vuelta para encontrarme a Pepe mirándome confuso desde el pasillo, sin decir nada entró a la habitación de Rebeca.

El corazón se me encogió dentro del pecho, estaba a punto de ser descubierto. De dos zancadas salí al pasillo y de un brinco bajé las escaleras, aterrizando de morros en la planta de abajo -¡Hijo de puta!- gritó Pepe desde la habitación de la difunta, me di cuenta de que si no reaccionaba el siguiente cadáver iba a ser yo. Escupí dos dientes y algo de sangre ya que el batacazo había sido morrocotudo, me agarré a lo primero que pude para levantarme con el impulso y corrí, corrí todo lo que me fue posible calle abajo, esbarizándome en las esquinas, mis mocasines no estaban hechos para esos trotes. Bajé por una callejuela que desembocaba al prado donde estaba Ernesto, que permanecía apoyado en su camioneta dándole caladas al puro, me abalancé sobre él, jadeante, casi echando el corazón por la boca y entre sollozos lo zarandeé gritándole que nos fuéramos, que venían a matarme. Ernesto me interrogó confuso pidiendo explicaciones de las estupideces que le estaba diciendo, asegurando que me había vuelto loco, pero mientras me preguntaba tonterías ví unos metros más allá como Pepe disparaba la escopeta, y la sangre de Ernesto me salpicó por la cara, derrumbándose a mis pies con la mirada vacía e interrogante. Pepe cargó otros dos cartuchos en la escopeta. Arranque a correr como un poseso, cagado de miedo, literalmente, no miré hacia atrás, sentía que en cualquier momento Pepe iba a disparar y hacerme más agujeros que a una rasera.

De un salto subí al coche. Bombeé la gasolina, puse la llave, abrí la válvula del aire, todo ello mientras repetía sin cesar “arranca gabacho bastado”. Escuché el estruendo de la escopeta justo antes de ver como uno de los faros del coche volaba por los aires, desesperadamente pisé el acelerador a fondo pero el coche no se ponía en marcha, justo a tiempo para ver como Pepe me encañonaba decidido a disparar, el final que jamás hubiera imaginado para mis vacaciones.

Observados por las eternas montañas que nos rodeaban pude ver como los huecos cañones de la escopeta formaban dos círculos perfectos, negros como la muerte que me esperaba, alea jacta est pensé, y cerré los ojos aceptando mi final. Pero no fue un disparo lo que escuché sino un golpe seco, seguido de un grito ahogado. Abrí los ojos pensando que había ocurrido un milagro, y me encontré a Dionisio, mi estúpido ángel de la guarda con un pedrusco ensangrentado en la mano, Pepe gemía de dolor en el suelo, agonizante luchando por recuperar la escopeta. Durante unos segundos permanecí paralizado, estupefacto, había vuelto a nacer por una segunda vez, reaccioné, pisé el acelerador mientras giraba el contacto compulsivamente, el coche arrancó. Brinqué el ribazo contrario para dar la vuelta y cuesta abajo aceleré todo lo que pude para alejarme lo antes posible del endemoniado pueblo, escuché otro tiro de escopeta antes de de desaparecer para siempre en la siguiente curva. No sé que ocurrió, solo espero que Dionisio esté bien, no pienso volver para comprobarlo.

Mi vida ha cambiado mucho desde aquellos oscuros días, estar tan cerca de la muerte en varias ocasiones me ha enseñado a valorar más las cosas importantes de la vida. Dejé mis poco honestos negocios, aunque no estaban relacionados con el trafico de cadáveres, Dios me libre, no me sentía nada orgulloso de ellos, porque de limpios tenían tanto como los de Rebeca. Vendí mi Hispano-Suiza y la mansión de Benicassim. Mi esposa... pensó que me había vuelto loco y me abandonó en busca de otro ricachón que le solucionara la vida, yo no he tenido tanta suerte como Rebeca en el matrimonio, que le vamos a hacer. Mis amistades, por quien he escrito éstas líneas, se de buena tinta que me critican a mis espaldas, me llaman loco y comentan en sus reuniones, a las que han dejado de invitarme, que he perdido la razón.

Como broche final añadiré, aclarando todo éste embrollo, que no he hecho públicos éstas memorias para que descansara mi conciencia sino para dejar claro a los que se hacen llamar amigos míos que no saben lo que es la amistad, y en consecuencia no deseo volver a saber más de ellos.

Muchas gracias por su lectura.



~FIN~

0 comentarios:

Publicar un comentario