martes, 17 de enero de 2012

Fránsico - Anécdotas #3


Continuación de Encuentros del camino I 


ENCUENTROS DEL CAMINO II


-Fránsico.- La voz retumbó sorda en las paredes de la choza. El bardo, que yacía tumbado en el catre después de la brutal, o mejor dicho orca, juerga de la noche anterior, procuraba con todas sus fuerzas asemejarse a una especie de masa, picadillo o tortilla de muchos huevos balbuceante.
-Fránsico despierta de una vez, tenemos que hablar.- Tenemos que hablar. Es la frase mágica que hace levantarse a un hombre de golpe y que sus testículos reboten contra el encéfalo. Más efectivo que un hechizo de resurrección.
-¡Qué...? ¿Que pasa?
-Tenemos que hablar.- Repitió Mariam. Fránsico quedó unos segundos observando el infinito, con esa mirada que pone un cordero a punto de ser sacrificado a un dios arcáico y contingente de gustos pomposamente sangrientos, desagradables en lo relativo a la casquería y del que el pobre animal no ha oído hablar(1) en su vida. Encontes recordó quien era y que hasta hacía un par de meses no había sido hombre de una sola mujer (aunque se podría argumentar perfectamente si Mariam era una mujer o no), se derrumbó de nuevo en la cama teniendo la certeza de que todo volvería a la normalidad después de tanto tiempo. Para un bardo que vive en el filo, llevando caros caballos al límite de sus fuerzas por caminos de mala muerte, que se juega todas sus pertenencias y las que no son suyas a una sola carta sabiendo que no puede ganar y termina saliéndose con la suya, que toda las noches deja prendadas al menos a cinco o seis castas señoritas, que juega con la muerte a cada minuto, burla a tenebrosos hechiceros malvados, engaña a magos arrogantes, escapa de los golpes mortales de hábiles bandoleros en caminos oscuros y un largo etcétera, dos meses es mucho tiempo en reposo. Para Fránsico que nada tenía que ver con la descripción anterior, también. Pero el recuerdo de quien era vino acompañado de otro más, el por qué había permanecido junto a aquel orco hembra todo ese tiempo. La relación había sido una mezcla entre miedo y atracción: Más le valía a Fránsico sentirse atraído por Mariam si no quería que ésta de arrancara la cabeza de cuajo. Había sido sin duda, el secuestro más extraño y erótico de todo Faerûn, cuando extraño significa desconcertante y erótico desagradable, dando nombre al síndrome de Fránsico, en el que el capturado no desarrolla un vínculo con el secuestrador sino que ocurre lo contrario y la víctima se ve obligada a corresponder si no quiere ser descuartizado al más puro estilo orco. Moda que se fue extendiendo en todas las tribus de orcos a partir de entonces.
Fránsico volvió a levantarse de golpe, esta vez enredándose en un atrapasueños decorado con dientes presumiblemente humanos. Había aprendido en aquel tiempo que Mariam era posesiva, le gustaba que le prestaran atención cuando hablaba, o al menos que lo pareciera, se ponía histérica por menos de nada y en ocasiones hacía preguntas que no tenían respuesta correcta posible. Fránsico suponía que todo aquello era producido por algún tipo de conducta social tradicional de las tribus de orcos. Nada tenía que ver con las mujeres que él había conocido hasta entonces: las que frecuentan tabernas o las que se van con el primer fracasado que encuentran con tal de darle un buen disgusto a sus padres.
Por las razones antes nombradas, Fránsico escuchó todo lo que Mariam tenía que decirle y le permitió la resaca.
-Han sido dos meses estupendo, amor mío, pero...
-...Pero...- Aventuró Fránsico esforzándose con todo su cuerpo, corazón, alma y ganas en parecer profundamente apenado.
-...Pero este cuento de hadas tiene que llegar a su fin, los guerreros de la tribu empiezan a hacer preguntas incómodas.
-Perdona.- Dijo el bardo con su minúsculo sentido del orgullo herido. -¿Me estás dejando por tus amigotes?
-Hay cierta inestabilidad en la tribu...
-Espera un momento.- Interrumpió Fránsico molesto. -¿Puedes explicarme como esas criaturas de ahí afuera, incapaces de saber donde termina su cabeza y empieza el casco son capaces de hacer preguntas incómodas?- Mariam quedó pensativa unos instantes.
-Pueden ser muy persuasivos.- Dijo al fin.
-¡Ah sí? ¿Qué clase de persuasión? “Yo matar tú”, “yo comer mucho hierro y ahora encontrar mal”,- parodió el bardo -no se me ocurre como alguien que solo sabe hablar con infinitivos puede... ¡Y qué si hablan?- Gritó Paco en un desesperado intento de aparentar que poseía algo de dignidad.
-Han dicho que te comerían para la cena...- Intervino Mariam hábilmente.
-Ah...- Fránsico comprendió por que sobraba allí, aquel argumento tenía todo el peso de una exposición de dos horas concentrado en tan solo ocho palabras.
-Bueno, además...- Las palabras de Mariam perdieron tanta fuerza que se desvanecieron antes de acabar la frase.
-Además, ¿qué?- Espetó Fránsico.
-No nada...
-¿Como que nada? Ahora lo dices.- Inquirió el bardo. Dentro de la cabeza de Fránsico se agitaban un sin fin de emociones irracionales y contradictorias que saltaban al vacío por sus ojos enfurecidos. Es cierto que Fránsico ardía en ganas por desaparecer de allí pero por primera vez en su vida había sido herido en el amor propio por un miembro del sexo contrario y era una sensación que no le estaba gustado en absoluto.



A lo lejos, al otro lado del campamento se escuchó un crujido, seguídamente un aullido ahogado, luego silencio.

Hubo unos momentos de confusión, de ese caos que ocurre cuando alguien lleva mucho tiempo sin hacer algo no lo ha llevado a cabo nunca, eso tiene una explicación: Una tribu de orcos se forma a partir de varios guerreros jóvenes, desconformes con el chamán-jefe al mando, marchando a fundar otra tribu para continuar con sus propias vidas. Claro que, joven también suele significar inexperto. No existe ningún rito ni tradición fija para este hecho de disgregación, pero no está mal visto en la tradición orca. Ocurre de forma espontánea, de manera que los guerreros cargan exclusivamente con lo necesario y marchan lejos. Es muy común que éstos guerreros se den cuenta demasiado tarde de que no hay hembras entre ellos, ya que la filosofía orca niega el retroceso sobre los propios pasos so pena humillación y sus conocimientos sobre el ciclo reproductor no son demasiado extensos, en un alarde de originalidad e imaginación llegan a los desagradables malentendidos que el lector puede imaginarse. Esta teoría comúnmente aceptada por los mago-antropólogos especializados explicaría los clásicos grupos solitarios de orcos que parecen surgir de la nada y asaltar a los aventureros por la noche o en caminos de montaña, al igual que  la voluble irritabilidad de los mismos, lo que nos lleva de vuelta al hilo principal de la explicación. Los heróes y aventureros errantes por regla general arrasan los campamentos orcos hasta los cimientos, incluso asesinando crías a sangre fría, con el objetivo de conseguir tesoros y la valiosísima experiencia de combate. De esta forma, siempre que un héroe ataca un campamento orco es la primera vez para éstos últimos, produciendo una clara desventaja entre las verdes filas verdes y alimentando de nuevo ésta relación causal recíproca.



-No quiero hacerte daño Fránsico.- Dijo Mariam. En lo que con otro contexto habría sido un cinismo cruel, hay que aclarar que la jefa del campamento no era agresiva por naturaleza sino que estaba atada a las terribles pasiones que arrastran a los de su raza. Lo que para un humano sería un mal día, para un orco se convierte en una matanza y un incidente ligeramente molesto como perder las monedas para la cerveza mañanera pasa a ser motivo para matar a alguien, todo producto de la sangre orca y su baja temperatura de ebullición, metafóricamente hablando.
-Pero si tanto insistes... te falta hombría.- Lapidó Mariam. A Fránsico le rechinaron los dientes.
-Quemef... ¡Quemef...?
-Sí, hombría, valor.- Añadió la jefa.
-¿Me estás llamando cobarde!- Gritó Paco ciego de ira. -Pues que sepas que soy más valiente que cualquiera de los orcos de ahí afuera!
-Ah, ¿Sí?- Plasmó Mariam en una sonrrisa que transmitía sed de sangre.
-¡Sí! ¡Hasta un kobold podría con cualqueira de los orcos de tu tribu!
-¿Te estás comparando con un kobold?- Cuestionó Mariam perspicaz.
-¡Sí! … ¡NO!- Rectificó el bardo. -Solo digo que...
-Que los orcos están tan débiles que hasta tú pdorías con uno de ellos.- Terminó Mariam. Fránsico se dió cuenta de la triquiñuela y guardó silencio.
-Admítelo Fránsico, no tienes cojones.
Aquella fué  la última y definitiva puñalada al autoestima de Paco. Da igual lo cobarde y rastrero que sea un hombre, nunca se le ha de ofender o poner en entredicho su hombría o valor si no se quiere llegar a consecuencias desagradables.
-¡Pues tú...- El tiempo se suspendió, literalmente, pues en la otra punta de Faerûn un poderoso mago había cojurado el encantamiento para parar el tiempo y poder hacer trapas a las cartas. Cuando el Tiempo volvió a poner costosamente en marcha su vieja y pesada maquinaria (que está hecha de madera y latón) Fránsico buscó rápidamente en su cerebro que era lo peor que se le podía decir a una mujer, y en un alarde de originalidad concluyó -...estás gorda!
Los músculos se tensaron en la cara de Mariam, más de lo habitual. Fatal error. Cuando antes decíamos que traería consecuencias desagradables nos referíamos obviamente para Fránsico. Nuestro bardo pudo ver como un puño enormemente verde se lanzaba de forma súbita hacia su mandíbula.
El Universo decidió gastarle una broma de mal gusto al pobre Paco. Aquel poderosísimo mago tahúr volvió a parar el tiempo (habían repartido una nefasta mano) pero algo no salió bien y aunque no venga a cuenta diremos que a ese mago le quedan escasos minutos para morir: La conciencia de todos los seres vivos de Faerûn permaneció intacta y consciente durante aquel no-tiempo. Paco pudo observar, durante más o menos diez segundos aquel yunque de piel y huesos suspendido en el aire. Sin lugar a dudas se llevaría varios dientes del golpe. Pensó en lo que le iba a doler, incluso le dió tiempo de imaginarse lo poco atractivo que quedaría desdentado, así que decidió por su propia imagen personal intentar esquivar el aparentemente inexorable jetazo. Calculó, un poco a ojo de buen cubero (borracho y con cataratas), la trayectoria del puño.
Todo volvió a la normalidad, la física retomo sus leyes naturales ya acomodadas en el mundo y la inercia hizo su trabajo. Paco, mentalizado para zafarse de aquel acorazado de callos y cicatrices, hizo un hábil giro de cabeza, pero en vez de apartarse puso la sien y cayó al suelo como un saco de patatas podridas.



-Creo que está muerto.- Dijo una voz ronca pero suave, como un pantalón de terciopelo y encaje de bolillos, usando una entonación que sugería el mismo mal gusto estético.
-Me pregunto que hacía con el jefe orco, estas criaturas no suelen hacer prisioneros.- Cuestionó otra voz que sonaba como un fuelle roto con un ratón histérico dentro.
-Le gustarán afeminados.- Añadió la primera voz, y ambos echaron a reír. Se escucharon unos chasquidos y la segunda voz soltó una palabra malsonante en un idioma desconocido.
-Otra vez no...- Exclamó sombría la primera voz.
-¿Había una hoguera fuera verdad?- Preguntó la voz chirriante.
-Creo que sí, no lo recuerdo muy bien... estaba demasiado ocupado descuartizando a esos monstruos sin alma.
-¿Has matado a las crías?- Comentó la segunda voz con tono rutinario.
-Sí.- Afirmo el otro. -Hasta la última. ¡Y es más! Les he sacado los dientes, he oído que se cotizan muy bien en el mercado negro... Me lo comentó un githyanki en Puertocráneo...- Divagó unos segundos. -Algo de un conjuro que servía para algo que no me acuerdo que era...
-Mientras saquemos buena tajada como si quiere invocar a mil demonios del infierno.
-¿Y encontrarte con tu padre?- Bromeó la primera voz.
-¿Eso lo dice un enano alto y sin barba?- Espetó la segunda un tanto irritada.
-Bien, veo que es momento de marcharnos.- Atajó la primera. -¿Que hacemos con este pimpollo? No parece llevar nada de valor.
-Creo que se ha movido.- Comentó el segundo no demasiado ilusionado.
-Deberíamos dejarlo aquí tirado.
-No me parece muy humano.
-¿Y eso lo dices tú?
-Amigo, los enanos te enseñaron a blandir un hacha, pero está claro que no te explicaron que es la ironía.- Se hizo un silencio incómodo en el que solo se escuchaba una pesada respiración. Lo rompió la primera voz.
-¡Pero entonces nos lo llevamos o qué?
-Dejarlo aquí no es demasiado lucrativo.
-No te sigo.
-Quiero decir, si sobrevive Szordrim dará buena cuenta de él y si no...
-¿Lo tiramos a un pozo?- Pasaron unos segundos antes de que la segunda voz contestara.
-En ocasiones eres exasperante.- Dijo finalmente a sabiendas de que su compañero tenía dificultades para comprender palabras de más de cuatro sílabas. -Se lo llevamos a John(2).
-¿El nigromante?
-El mismo, paga bien por cadáveres frescos.- Lo cargaron en un duro hombro forrado de aún más duro cuero tachonado, en una postura nada cómoda. Fránsico, que permanecía en un estado de semiinconsciencia algún día recordaría aquella conversación con un escalofrío en la espalda.

Paco se despertó junto a la hoguera de un campamento improvisado, ya entrada la noche y con un dolor de cabeza como si se la hubiera coceado un caballo. Acostumbrado a recobrar el sentido en extraños lugares que no había visto en su vida se sentó frente al fuego para calentarse, en un intento de terminar de recobrar la vida. Cuando su cerebro comenzó a volver perezosamente al interior del cráneo se percató de que había dos catres, uno de ellos relleno con un bulto que de vez en cuando gruñía como un animal salvaje y acorralado. La otra manta estaba vacía.
Fránsico utilizo una lógica simble combinada con algo de matemáticas de un aprendiz de mago: 1+1=2; le faltaba uno, luego la conclusión era sencilla. El otro tanía que estar cerca, no estaba a la vista y presumiblemente lo estaría observando. Tras varios disimulados intentos de otear alrededor no consiguió ver a nadie.
Nuestro bardo no era tonto, ni mucho menos, más bien todo lo contrario, su problema era ser extremadamente despistado, casi como si sufriera una borrachera crónica. Imaginemos un instante que logramos eliminar de las cercanías de Fránsico cualquier distracción posible, sobre todo las moscas, el mundo se vulve completamente gris y lo rodean un montón de señores con cara amuermada y traje de funcionario, entonces Paco sería capaz de pensar en objetivos realmente brillantes.
El bardo miró hacia el firmamento, las copas puntiagudas de los árboles se recortaban anaranjadas por el fuego contra una oscuridad infinita, tan prounda casi como la del corazón del que lo vigilaba en silencio. Fránsico notó un olor extraño en el ambiente. Olfateó. No se trataba de un aroma propio para un bosque y le era ligeramente familiar. Puso a prueba su fina nariz de catador. Tras varios intentos fallidos de saborear el aire que le rodeaba llegó a la conclusión que no era un aroma sino la composición de varios, y el más claro, pero no el más llamativo, un rastro de azufre, pero había cierto matiz que se le escapaba.
Se movieron unos matorrales y de entre las sombras apareció un tipo con pintas de explorador. No me extenderé más en la descripción porque va a morir horriblemente en menos de diez segundos y no era el segundo captor. Miró al bardo y dijo -Fránsico, debéis venir conmigo.- Casi sin terminar la frase, un silbido como el tañer de la guadaña de la misma muerte partió el aire, una flecha escarlata atravesó uno de los ojos del desdichado individuo,  instante después explotó su cabeza produciendo una desagradable cascada líquida de salpicaduras y sesos salteados. Una risita siniestra se escuchó de fondo.
Gracias a que Fránsico no era muy consciente ni de su propia existencia lo aceptó con facilidad, pero le quedó claro que más que rescatado, había sido raptado de nuevo. Empezaba a acostumbrarse y se decía a si mismo que no podría ser peor que lo de Mariam. Pobre infeliz.
Se escucharon unos pasos a su espalda, Paco no se molestó en volverse porque si lo quisieran muerto había quedado muy patente que ya lo estaría y le parecía obvio que aquellos pasos estaban forzados para hacer ruido. Mientras tanto, el individuo dormido ni se había inmutado con la explosión pero tan pronto los trozos de explorador que habían caído al fuego comenzaron a desprender cierto aroma a barbacoa se escuchó mascullar *en éfico* ¿Comida?.
Una mano se posó en el hombro de Fránsico. -Así que nuestro estimado huésped se ha despertado.- Sonó en un tono a caballo entre ironía y desilusión soplado a través de los tubos de un órgano roto y sucio. -¿Que clase de modales tengo?- Continuó mientras Paco observaba de reojo una mano rojiza y con uñas largas. -Todavía no me he presentado.
-Y eso que lleváis largo rato observándome.- Puntualizó el bardo.
-No sois tonto, y os agradezco por vuestra propia seguridad no haber huído, de lo contrario...
-Ahora estaría muerto.- Interrumpió Paco mordaz.
-Exacto. Mi nombre es Hazael.- Dijo la voz asmática. Hizo una pausa dramática. -Tú eres Fránsico.
-Sí, Paco para los amigos.-Expresó inseguro el bardo. -Llámame Fránsico.- Añadió. -¿Me conocéis?
-¡En absoluto!- Apresuró el recién aparecido.
-Os agradezco haberme rescatado de la, el orco jefe.- Rectificó ágilmente Fránsico.- Estuvo a punto de matarme.- Pero en otra ocasión y de otra forma, completó para sus adentros.
-No agradezcáis tan rápido...- dijo sin terminar de captar la ironía -¿bardo?- Cuestionó Hazael -¿O solamente eres un poco rarito?
-¡Soy! Un juglar.- Aclaró Fránsico con orgullo desmedido. -Y a mucha honra.- Añadió.
-Bien, bien. No está mal. Tiene que haber de todo en Faerûn.- Lapidó Hazael pero Paco hizo caso omiso porque entró en ese estado de alerta de alguien que está maquinando un plan, esos momentos preliminares en los que se afila la mirada y aparece media sonrisa en la cara.
-¿Sabes?- Comenzó aún siendo una forma gramaticalmente incorrecta para empezar una frase. -Bardo no se hace, se nace. No hay elección a la hora de sentir el arte y los placeres de la vida de una forma más elevada que vosotros criaturas de bajo rasero.
-¿Por placeres de la vida te refieres al vino y las mujeres?- Interrumpió Hazael.
-Bueno... básicamente sí.- Contestó Paco inseguro, consciente de haber perdido toda su carisma de golpe.
-¡Eso le gusta a cualquiera! No alardes tanto.

Fránsico supo que era el momento.

-¡LEAZAH!- El universo tiene unas reglas, Fránsico lo sabía. Los demonios no son cosa del Plano Material y hasta el bardo más inexperto(3) sabe que para expulsar a una criatura de los Planos Inferiores de vuelta a su lugar hay que decir en alto su verdadero nombre que como todo el mundo sabe los extraplanares demoníacos no son muy creativos y suelen dar el mismo dicho al revés.
El bardo se giró de un ágil brinco para encontrarse de bruces con una enorme y sonora bofetada que le hizo dar tres vueltas sobre si mismo. Fránsico miro hacia arriba, palpándose la mejilla y encorvado del dolor. Un hombre, por llamarlo de alguna manera, con la piel color rojo cereza, enfundado en una elegante armadura de cuero, botas caras y un exhuberante sombrero de ala, colocado de medio lado con la intención de dejar un pequeño cuerno a la vista que sobresalía de su frente miraba al bardo con indiferencia. No era un demonio sino un tiflin bastante cabreado.
-¿Tú eres gilipollas, verdad?
La respuesta de Fránsico no fue más que varios gemidos incomprensibles. Junto a la hoguera se escuchó -Cinco minutos más, madre.



(1) Es el caso de una pequeña línea evolutiva del Ovis orientalis aries en las cordilleras al sur del desierto de Shaar. Tiene especialmente desarolladas las capacidades cognitivas y el aparato fonador, según algunas investigaciones se ha llegado a la conclusión de que esta desambiguación de la especie se debe a los residuos mágicos producidos en Halruaa. Pero pese a estas cualidades inéditas en miembros de la especie ovina nunca tienen nada interesante que decir y son tremendamente manipulables.
(2) Un nombre nada glamuroso para un nigromante, pero un nigormante inteligente es un nigromante vivo, y la clandestinidad es prioritaria para un hobby que requiere cadáveres. Los nombres estrambóticos que sugieren necrosis son faros destelleantes para aventureros entrometidos. Con un nombre tan común como John siempre se puede usar el viejo argumento de “Yo no soy ese John del que habláis”, para cuando los héroes se den cuenta del engaño estarán rodeados de zombies y el nigromante habrá corrido a un lugar seguro.

(3) Se consideran bardos inexpertos los que llevan cinco borracheras o menos.

martes, 20 de diciembre de 2011

Tinta de caramelo y hiel.

Escrito 27/11/2011


Tinta de caramelo
mortaja de papel
engaño de los sentidos
amargo como la hiel.
Buscas excusas
que te hagan creer
que aún te quiere
que todavía puede volver.
Si imposible parece
puedes creer niña
que lo es.
No rebusques esperanzas
donde no las ves:
Es tiempo perdido
que nunca volverás a tener.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Lapicero con punta rota.

Lapicero que dibujas corazones rotos,
trazos soñados,
bocetos y garabatos.
Filigrana de dolor,
firma del desamor.

sábado, 1 de octubre de 2011

A la jaula rota

Pajarera sin pájaros.
Volaron libres de tu engaño
y yaces sola en el olvido
sin que ya nadie te cante:
Es lo que tú te has buscado.



jueves, 29 de septiembre de 2011

Maldito sol de otoño



Dorado sol de otoño,
¿Quien soy?
¿Que hago caminando por este infinito desierto?
Buscando un árbol donde caerme muerto.
¿Por qué tengo ojos para ver las dunas?
Y sus sombras.
¿Por qué tengo corazón para sentir el sufrimiento?
Donde la razón se vuelve esquiva.
Sol de otoño, cruel y despiadado,
te odio.
Tu luz naranja aparenta ser cálida
pero las alargadas sombras que proyectas
solo anuncian una noche prematura.
Rebuscas en mi interior
los sentimientos más profundos
y clavas en mi mente
una estaca traicionera.
Eres malvado y perverso
jugando con mi espíritu cual marioneta de trapo.
No tengo repuestas, solo preguntas.
¿Qué tengo tras las pupilas?
Ni tú lo sabes con certeza.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mi pipa.


El humo de mi pipa dibuja sinuosas formas antes de entrar en casa arrastrado por la leve brisa, de fondo, el fugaz Jim Morrison le canta al fin. Me planteo servirme un dulce bourbon, pero una buena amiga me explicó que la solución a los problemas no está en el reflejo del contenido de un vaso. Miro hacia el horizonte, o al menos donde se supone que estaría quitando el basto mar de tejados anaranjados y fachadas encaladas. Mesándome la barba una enorme bocanada de humo salta al vacío y pienso:
La vida, una esencia intangible y translúcida apenas percibible que se disuelve en la inmensidad, humo que es arrastrado por la más leve corriente a un lugar donde seguramente no desearía estar. Caladas a un tabaco barato que nunca será recordado, quizá deje un sabor de boca decente durante un rato, pero poco más.”
Miro hacia abajo, indignado, mi inmersión en el mundo interior ha conseguido que me haya olvidado otorgarle al calor de la cazoleta el oxígeno que necesitaba para sobrevivir, como consecuencia, un sabor desagradable. Inconformista por naturaleza, cojo otra cerilla, pipando con paciencia y prensándola despacio, “Mejor” pienso, “espero que ésta vez aguante un poco más. Pensar en el humo está bien, mientras no nos olvidemos de lo que estábamos haciendo.” Miro de nuevo hacia mi imaginario horizonte, luego al trozo de madera que sujeto en la mano “Al fin o al cabo, ¿que otro sentido tiene fumarse una pipa si no es para disfrutarla? Aunque dentro de un rato el tabaco no sea más que unas pocas cenizas.” Le doy otra calada, honda, expulsando el humo tan deprisa que desaparece como si nunca hubiera existido, saboreo: “No es el humo lo que importa”.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sin título.

Por el alféizar de una escuálida ventanta
se escurrían junto con suciedad de la fachada
notas de un piano desafinado.
Tras las manos un corazón raído,
espíritu cansado,
sombra de piel y huesos.
Una guadaña se afilaba a lo lejos.
Entre gritos -de gaviotas-
la lángida melodía se deslizaba
                    acariciando adoquines,
                    puertas cerradas,
                    farolas sucias,
                    mozas lisonjeras,
                    sombreros de copa.
Fluía despacio, con la paz de los muertos,
se arremolinaba en esquinas -dudosa-
subiendo a tejados,
volviendo a bajar en picado
para que un triste borracho escuche
tan solo un par de acordes
y rápido olvidarlos.

Con humo de una pipa
se arrastraba hacia el puerto,
tocando las sórdidas aguas,
hundiéndose rápida en ellas,
yaciendo para siempre
en la negra morada
de lo que no se recuerda.