lunes, 16 de noviembre de 2009

Post Mórtem - Día 4

Disculpas por la demora, estuve falto de tiempo y ganas.

Éste relato va dividido en varias partes que se corresponden con los días en los que se sucede la historia, serán publicados por separado. Para evitar la lectura equivocada del capítulo se incluyen links directos a cada uno de los capítulos anteriores y posteriores, de forma que la lectura y localización de los mismos sea más sencilla, por igual, el grueso del texto estará oculto bajo la etiqueta “Leer más” para evitar spoilers. Espero que os guste.



Día 1
Día 2
Día 3

Post Mórtem - Día 4

Por Ismael Guerrero.

Con la colaboración de Diego Alberto Gimeno en las traducciones a fabla aragonesa.


Día 4

Otra madrugada más y otro desayuno nada que ver con el triste café que acostumbro a tomar en Zaragoza. Rebeca me afirmó que esa misma mañana enterraban a Jacinto, el hijo del herrero, tal y como me había dicho el día anterior. A media mañana las campanas estaban tocando a muerto. Llegó la hora de comer y me recibió una parrillada de costillas asadas. Entrada la tarde dejé a Rebeca en sus labores y marché al bar donde esperaba ver a mi tonto amigo Dionisio y al reservado Tirso, el camarero. Conforme caminaba hacia el bareto rememoré la profecía sobre mi muerte que según Dionisio ocurriría esa misma noche.

Entré al sórdido establecimiento, saludé a Tirso con la mano y me senté al lado de Dionisio. Me dio la bienvenida con un efusivo zarandeo que me descolocó ligeramente.

-Hola Dionisio, parece que te alegras de verme.

-Si ¡si! Javier me'n trata bien.

-Claro, somos amigos ¿no?

Si si! Javier ye a mio amigo, ¡o mio único amigo!- me pareció deprimente, pero tampoco me importaba que el pobre tonto se ilusionara, incluso me hizo sentir bien tener una amistad no nacida del dinero.

-Oye Dionisio, ¿aún crees que voy a morir ésta noche?

-¡Si si! Javier bi'ha morir ista nuei, yo l'he beyido, l'he beyido'n suenios, pero no me fa goyo porque Javier ye amigo de yo.

-Créeme cuando te digo, amigo Dionisio, que a mi me hace incluso menos gracia que a ti ¿sabes a caso como moriré?- Mi indagación comenzaba a alcanzar un morbo enfermizo, pero tenia curiosidad por sus elucubraciones.

-¡Te matarán!- Gritó haciendo dar un brinco tanto a Tirso como a mi.

-Tranquilo Dionisio, ¿como es eso de que me matarán?- Me lo tomaba un poco a guasa, pero siempre quedaba ese pequeño poso de hiel que me hacia darle vueltas a la cabeza.

-Os muertos, os muertos que lebantar se estoi que matarán a Javier.

-¿Los muertos que se levantan? Pero Dionisio, eso carece completamente de sentido.

-No, ¡no! Yo l'he beyido'n suenios, os muertos matarán a Javier...

-¡Bueno! si tu amigo mío lo dices te creeré.- Se lo dije por llevarle la corriente pero a él se le llenaron los ojos de alegría, probablemente yo era el único hasta la fecha que le había hecho caso y decía creerle, sin darme cuenta me había ganado el más fiel aliado que podría haber tenido nunca, aunque fuera tonto perdido.

Esa tarde volví temprano a casa de Rebeca, le saludé y comenté que estaba demasiado cansado, sin tomarme la cena me fui directamente a dormir. Estaba agotado, o eso había creído yo. Pasaba el tiempo, los segundos parecían minutos y los minutos horas. No podía cerrar los ojos, y las irracionales palabras de Dionisio retumbaban una y otra vez dentro de mi cabeza.

¡Un golpe! Me pareció escuchar un golpe en el piso de abajo, imaginaciones mías pensé. Otro golpe más, ese ultimo había sido real, estaba seguro de ello, luego un sonido uniforme, como si arrastraran algo, o se arrastrara alguien... ¡o algo! Me preocupé por Rebeca, aunque también recordé sus historias de fantasmas y los supuestos ruidos que se a veces se escuchaban en la casa. No sabía lo que estaba ocurriendo, hecho que aún atacaba más a mis desgastados nervios. “Eres un hombre” pensé “demuestra que lo eres”, una vez puse mi virilidad en entredicho me armé de valor, cogí la lámpara de aceite y salí al pasillo.

Solo encontré oscuridad y nada más que las sombras que proyectaba la lumbre. Comprobé la habitación de Rebeca, la puerta yacía abierta y ella no estaba, temí por la seguridad de Rebeca, quizá habían entrado a robar y habían desnucado a la pobre mujer. Paré frente las escaleras, no se veía luz abajo, respiré hondo y bajé decidido. En la cocina nada, ni ladrones, ni fantasmas, ni Rebeca, ni muertos que quisieran matarme, pero aunque la casa a primera vista parecía vacía, “por si los muertos” cogí el atizador para blandirlo como improvisada arma. Tuve la idea de que los misteriosos ruidos podían provenir de la calle, ocurrencia que sin saberlo me iba a salvar la vida.

La puerta estaba cerrada, abrí los tres cerrojos y salí atizador en alto, no encontré mas que el silencio de la noche, no había marcas o pistas que pudieran justificar los ruidos que había oído desde la cama y además empezaba a gotear. Volví a entrar, preocupado por la desaparición de Rebeca y sin percatarme que me olvidaba la puerta abierta. ¡Otro golpe! Pero la casa estaba vacía... Quise recordar, como si me lo hubieran susurrado al oído, que Rebeca había nombrado de soslayo algo sobre unos túneles que recorrían el pueblo subterráneamente, aunque no tenía constancia de ello, di por sentado que había una gran probabilidad de que la casa tuviera sótano. Por el rabillo del ojo, vi de casualidad un hilillo de luz en el lateral de la escalera, había encontrado la puerta que conducía a mis miedos. Lo que buscaba estaba escondido en el sótano, de ello no cabía duda, me planté en la puerta que suponía que bajaba a éste. Paralizado, observando cómo una tenue luz se escurría por la rendija de la puertezuela. Probablemente fueron segundos, pero a mi me parecieron siglos. Tras reaccionar levanté el atizador y empujé lentamente la puerta. Comencé a bajar hacia lo que pensaba que era mi profética muerte. Las viciadas escaleras parecían resbaladizas, y el conjunto con la tosca pared de piedra parecía incluso más antiguo que la propia casa.

Temblaba de frío, o de miedo, o quizá de los dos. El corazón me latía con tanta fuerza que pensaba me iba a dar un infarto. Miles de ideas se pasaron por mi seso conforme bajaba, creía que iba a encontrar una jauría de muertos reanimados, como los que cita un tal Lovecraft en sus cuentos, devorando a Rebeca, ó cualquier escena desagradablemente bizarra colmada de sangre y vísceras... nada más bajar el último escalón y ver el panorama, aterrorizado dejé caer el atizador.

Me podría haber encontrado cualquier excentricidad, fantasmas, seres del abismo bailando claquet ó incluso al mismo Primo de Rivera, pero no lo que hallé, una estampa que me aterrorizó incluso más que todos los cadáveres resucitados del mundo. Rebeca, que aunque por medio de una sustancial suma de dinero, me había proporcionado un catre para dormir, prestado la ropa de su difunto marido y alimentado con todo el cariño del mundo como al hijo que nunca tuvo, me estaba encañonando con una escopeta de caza, junto a ella y sobre una antiquísima mesa de tortura yacía el cadáver de un hombre joven.

-Si cuando dije que los de la ciudad estaban locos, tenía razón, ¿quien le manda a usted bajar aquí abajo?- Blanco, boquiabierto y enmudecido no fui capaz de decir nada.

-Pronto llegará Pepe, disfrute de sus últimos momentos de vida, yo no me voy a manchar las manos matándole, no soy un monstruo, esto solo es un negocio.

Conseguí reaccionar -¿Monstruo? un maldito demonio diría yo.- Se rió malévolamente. -¡Dios mío, como pude estar tan ciego!- Grité convencido de lo que decía -¡Usted es la desaparecida mujer del alguacil! ¡Y exhuma éstos cadáveres para sus satánicos rituales de brujería y retrasar su muerte!- Soltó una espontánea carcajada.

-Aún será verdad que está tan loco como para creerse los cuentos de fantasmas, solo los usamos para asustar a los curiosos, exhumo esos cadáveres para venderlos de estraperlo a científicos extranjeros que quieren saltarse las normas morales.- Tenía más lógica que mi deducción.

-¡Y vuelve a enterrar los féretros vacíos!

-No, en absoluto, metemos dentro la carne de vaca que nos sobra.

-Me decepciona Rebeca, me esperaba más de usted...- dije con afán de atacar a su conciencia, pero me acalló metiéndome el cañón de la escopeta en la boca.

Me sujetó por las muñecas con unos grilletes que colgaban de la pared, obviamente no estaban allí para fines decorativos.

-¿Todo esto pertenecía al alguacil de su historia? todas las historias poseen un fondo real.

-Que me sé yo... solo es una leyenda, pero si esto le da miedo es porque no ha visto usted el sótano de la iglesia- soltó una risita de complicidad -locuras de juventud- añadió con cierto aire melancólico.

-Jacinto- dijo mirando al cadáver -vigílalo que no se mueva.- Y volvió a emitir la diablesca risa.

Rebeca comenzó a subir escaleras arriba todo lo rápido que sus rechonchas piernas le permitían. Me acordé de Dionisio, el pobre tonto había tenido razón en que me iban a matar, pero no los muertos sino los individuos que los exhumaban, y también había tenido razón en que se levantaban de nuevo, aunque no por si mismos. Las bisagras de la puerta del sótano me hicieron saber que Rebeca había llegado arriba, entonces ¡zas! Un golpe seco y justo después un tiro de escopeta retumbó en toda la casa. Algo bajó rodando por las escaleras e impactó en la pared frente a ellas. Intenté removerme para ver qué o quién había sido el accidentado, pero era imposible ver nada desde mi perspectiva. Escuché como alguien bajaba las escaleras y poco después el autor apareció por la esquina.

-¡Dionisio! ¡bendito tonto!- Grité desesperado -Rápido quítame éstos grilletes.- El oportuno tontorrón llevaba un astral ensangrentada en la mano –cógele las llaves a Rebeca y quítamelos, ¡venga, venga! tenemos que darnos prisa.- Estimaba que Pepe se presentaría en la puerta de un momento a otro.

-Rebeca ye durmiendo.- Dijo el inocente Dionisio, ignorante de lo que había hecho. Subí corriendo a la habitación de la recién fallecida y cogí unas sábanas. Envolví el cadáver de Rebeca -Si Dionisio, está durmiendo, ahora ayúdame a subirla a su habitación para que descanse mejor.- Dionisio asintió sumiso.

-Agora Javier no morirá pas.- contestó sonriente y satisfecho de su hazaña. La tiramos encima de la cama, cogí la cabeza de Dionisio y la puse frente a la mía.

-Escúchame atentamente Dionisio, eres mi mejor amigo- soltó una infantil risotada -ahora vuelve a tu casa- le cogí el astral de la mano -no le digas a nadie, nunca, lo que ha pasado aquí ésta noche, ni lo que has visto en el sótano ¿has entendido?- asintió rápidamente -Pues venga ¡corre!

El tonto al que le debía la vida salió corriendo a todo trapo. Dejé astral y escopeta en la habitación de Rebeca antes de cerrar la puerta, escuché el motor de la camioneta frente a la casa. Bajé corriendo mientras sonaba la aldaba.

-¡Hombre Pepe! te estaba esperando- me miró desconcertado -pero pasa dentro quió, que fuera hace y frío y además tenemos trabajo- desconfiado entró.

-¿Dónde está Rebeca?- preguntó malhumorado.

-¿Rebeca? está... enferma, ha enfermado ésta tarde y está guardando cama.

-¿Enferma? tengo que verla.

-¡No! no- me interpuse -Necesita descanso, molestarla solo la empeorará, me... me ha dejado al cargo de... del negocio, del negocio, ya sabes... ¿me sigues?

-Del muerto.- Dijo sin rodeos.

-Si, eso, del muerto, me ha cargado con el muerto...- esperé su reacción al juego de palabras pero se limitó a mirarme inmóvil, produciéndose un incómodo silencio.

-Voy pues- dijo secamente y se dio la vuelta hacia la puerta.

Volvió a entrar cargando con varias piezas de carne. Era un hombre fornido y podía con ellas sin problemas. Le abrí la puerta del sótano y bajamos. Gracias al cielo no vio el charco de sangre que escurría por la escalera.

-No has preparado al muerto- afirmó mientras dejaba su cargamento en el suelo.

-¿No? ¡no! cierto, Rebeca no me ha explicado en su totalidad cuales eran los procedimientos adecuados previos al transporte de la mercancía, así que... no tengo ni puta idea de que hacer.- Me miró con el ceño fruncido, pensaba que se había destapado la milonga, pero señaló a un rincón.

-Coge uno de esos sacos y mételo dentro.

-¿No pretenderás que... que lo toque?

-Joder...

-Vale... vale, venga ya voy.

Hice de tripas corazón y con cierta expresión de asco comencé a enfundar el fiambre en uno de los sacos como a una longaniza, me reservaré los detalles ya que no es agradable manipular un cadáver al que la cabeza le cuelga escasamente de un hilo. Pepe empezaba a desesperarse y me dio un empujón.

-Venga joder, que no lo vas a matar.

-Pepe, ten cuidado coño- repliqué ceñudo -el destinatario lo querrá en el mejor estado posible... y no querrás que le diga a Rebeca lo descuidado que eres en tu trabajo, ¿verdad?- añadí sonriéndole. Me miró serio y me dejó continuar a mi marcha. Quizá yo no supiera como funcionaba el negocio del contrabando de cadáveres, pero si como encauzar a un trabajador descarriado.

Pepe marchó escaleras arriba con el saco al hombro, esperé a escuchar la puerta de la calle cerrándose. Recordé las palabras de Rebeca cuando dijo poco antes de morir que volvían a enterrar las piezas de carne bobina, así que me senté a esperar el siguiente intercambio. También recordé lo que dijo sobre los túneles que recorrían el pueblo por debajo y la roñosa puerta que tenía delante me lo corroboró. Me pregunté si sería yo quien tendría que devolver la carne al cementerio, en tal caso sería imposible. Abrí el pesado portón para comprobar si había alguna guía de luces o algo similar que indicara el camino, pero la oscuridad era total, y yo no me iba a adentrar en lo que podía ser el laberinto a mi muerte, sin alas de cera que me salvaran. Pero no iba a hacer falta, ya que no tardó en aparecer a lo lejos una lucecilla. La caprichosa luz se acercaba lentamente y parecía flotar en la nada. Nadie parecía sujetarla. En ocasiones era verdosa, en otras azulada, perplejo recordé el fuego fatuo del cementerio, observé como se acercaba irremediablemente. Pero poco tardó en desvelarse el misterio, y de entre la oscuridad apareció el desagradable enterrador, con un capazo grande en una mano y un palo largo en la otra del que colgaba tintineante la lámpara de cristales verdes y azules.

-¡Tú!- Gritó.

-¡Yo!- Exclamé.

-¿¡Que collones fas tú aquí!?- Dijo amenazante.

-Baja la voz joder- increpé tajante -Rebeca ha enfermado y estoy encargado del intercambio.- Me miraba iracundo, viendo amenazado su ilegal negocio.

-Rebeca me dijo que no eras de fiar.- Reprochó.

-¿A, si?- me incorporé -Pues que curioso porque Rebeca me ha dicho precisamente que te vigilara bien, algún motivo tendrá para fiarse más de un desconocido que de ti.- Pareció que iba a decir algo, pero se resignó.

-Tenemos que llevar la carne al cementerio si mal no me equivoco- asintió a mi afirmación -ves cargándola pues, iré a por mi farol.- Cuando volví cogimos el capazo entre los dos y nos adentramos en los antiguos túneles.

El farolillo que asemejaba un fuego fatuo alumbraba hacia adelante, el mío el túnel que dejábamos atrás. El enterrador andaba tranquilo y con seguridad, yo con el culo bien prieto. El túnel parecía no terminar nunca, en su mayor parte era recto aunque pude notar que en ocasiones giraba ligeramente y tornaba cuesta abajo. Pasamos una bifurcación, volví a recordar la historia de Rebeca sobre el cura, el alguacil y los supuestos túneles que conectaban subterráneamente el pueblo, y barajé la posibilidad de que su fantástica historia tuviera una base real. El túnel empezó a tornar en gruta y bajo nuestros pies nacían charcos de agua sucia.

-Hemos llegado- dijo soltando el capazo y subiendo por unas escaleritas de piedra, abrió lo que parecía una pesada trampilla. Tiró una cuerda con gancho y me dio instrucciones para enganchar el capazo. Cuando lo conseguimos sacar fuera asomé por la apertura. La salida del mundo subterráneo era un enorme sarcófago de piedra, el que escuché aquella noche en la que vi el falso fuego fatuo.

Acercamos el capazo hasta el mismo nicho donde esperaba el féretro vacío, tiró la carne dentro y se puso a tapar la fosa. Yo cansado de la andada y de cargar con el sucedáneo de cadáver me apoyé en una lápida.

-Vaya, menudo teatro tenéis montado aquí.- No contestó.- ¿A quien le enviáis los muertos?-

-Eso es trabajo de Rebeca, yo solo me preocupo de que me pague.

-¿No te dice a quien le envía la mercancía? simplemente... ¿trabajas a ciegas?

-No,- hizo una pausa -para eso tengo el farol, para ver.

-No me has entendido... bueno, déjalo.- Seguía cavando fervientemente.

-Y cuánto tiempo lleváis haciendo esto?

-Si no t’ha dicho Rebeca no t’interesa.- Me quedó claro que de él no sacaría nada.

-¡Vaya! eres más espabiladico de lo que pareces.- Le dije entre risas.

Paró de cavar y escupió al suelo -Pu’es marcharte ya si quieres, no necesito tu ayuda, ve pegado a la pared de la derecha y llegarás bien.

-Gracias.- Dije amablemente.

-Así te pierdas.- Dijo con desprecio y continuó trabajando.

Volví por el túnel, ésta vez cuesta arriba pero sin el peso del capazo, iba tocando la basta pared de mi derecha con las yemas de los dedos. Me pareció pasar por la bifurcación que había visto a la ida, pero con el precario farol alcanzaba a ver poco más que mis propios pies. No veía la luz del sótano de la difunta Rebeca, y me preocupé por que alguien la hubiera apagado, con el consecuente riesgo de haber descubierto su cadáver. Encenegado en mi propia paranoia y avanzando casi a zancadas, no me di cuenta que el camino no era por el que había ido y uno de mis pies pisó en falso. Solo recuerdo que rodé escaleras abajo y del batacazo quedé inconsciente.

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Día 5

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