domingo, 30 de agosto de 2009

Proyecto Pata Negra - Publicidad

Proyecto Pata Negra

Relato ambientado en el universo Fallout con sabor a jamón.

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Fallout y todos los términos relacionados con Fallout incluidos en esta página son propiedad de Interplay Productions y sus respectivos autores.
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Octavilla publicitaria del Refugio E17-2

Situación: Alfajarín, Zaragoza.



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QuickPost

miércoles, 26 de agosto de 2009

Noche de luna llena - Romance prohibido

Noche de luna llena

Anoche bailé con la luna, al pié de su mansa laguna

detrás de su velo, me prometió noches de incienso

dulzura amarga en esquivo secreto

¿qué escondes blanca dama tras tu negro velo?

¿no rondé tu corazón en largas noches de desvelo?

mi vida entera ya te di

¿qué más quieres de mi?


Romance prohibido

De entre mis dedos

tu pelo

al alba escapa

trompetas en alza

dibujan colores

de desesperanza

martes, 25 de agosto de 2009

“El Más Extraño Piropo”

“El Más Extraño Piropo”


Si tú fueras mi goleta

y yo tu capitán

nunca pisaría tierra

para juntos surcar la mar.



No habría barco de guerra

que nos pudiera derribar

y más al norte de Inglaterra

hasta el hielo cortar.



Imaginar tu silueta

por la Luna recortada esbelta

en calmadas noches veraniegas

y las que agita la primavera.



Si tú fueras mi goleta

y yo tu capitán

tu nombre sería Diana

para juntos surcar la mar.

jueves, 20 de agosto de 2009

Historias de un bar (II)

Un flagrante coche se dejó ver por la ventana abierta del bar, Antonio el camarero, hablaba con un cliente habitual y desvió la vista y atención de la charla hacia el caro vehículo -Maño el Jacinto que carro s’á echao-. Tras varios torpes intentos de estacionamiento con el motor sobre acelerado y quemando un poco de embrague, el dueño del automóvil paró el motor y bajó del mismo, poco después entro por la puerta del bar. Con postura jotera y sonrisa de estupidez se plantó recién pasado el umbral -¡Buenos días!- Los presentes contestaron con un medio gruñido en el que había que intuir el saludo matinal.

-Buenos días por la mañana, Jacinto- respondió Antonio con decisión -majo coche t’ás comprao- le dijo al recién llegado señalando hacia el plateado transporte.

-¡A que sí! M’a costao un dineral.- Contestó Jacinto entusiasmado mientras su unicejo se volvía hacia la fuente de su gozo.

-Maño, Jacinto, se conoce que el negocio va bien pues.

-¡Barbaridad de bien! Gano horrores de dinero.

-Te envidio, Jacinto, mecagüen diez, tú si que has triunfado en la vida.- Jacinto se quedó embobado a Antonio sin saber muy bien que decir.

-¿Has visto Antonio que móvil mas majo m’e comprao?- Dijo el exitoso empresario sacando un minúsculo trozo de tecnología punta.

-¡Maño Jacinto! ¡De última generación! ya me dirás en que trabajas para permitirte todos esos zarrios.

-Pues crío cerdos- dijo Jacinto -pero ¿has visto? m’án dicho que tiene gepese y tresgé, pué hacer afotos de un copón de megapicheles, ¡quió! ¡Y que puedo hablar con mi mujer por la pantallica!

-Videoconferencia, maño, también t’as tenido que dejar un dineral.

-¡El más caro de la tienda, quió!

-Desde luego Jacinto tú no escatimas ¿eh? pero... ¿sabes como funciona?

martes, 18 de agosto de 2009

Historias de un bar (I)

Historias de un bar (I)

Sus lágrimas se derramaban sobre el café como las gotas de lluvia sobre el barro de otoño, ella lo miraba exhausta, con la mirada perdida, lo oía pero no lo escuchaba, dentro de su cabeza la voz del hombre que tenía enfrente, otrora su amante, se fundía con el zumbido que la muchedumbre presente en el local producía con sus gritos y palabras malsonantes. Ella observaba, con el cigarro entre sus dedos cómo la falsa cara de culpabilidad que tenía delante le explicaba vanamente cómo lo que había hecho (otra vez) era un error, que jamás se volvería a repetir, que estaba enormemente arrepentido, ella observaba sus gestos, su boca, los ojos que evitaban a toda costa el contacto con los suyos, no necesitaba escuchar sus palabras para saber que mentía. Con su tembloroso pulso le dio un sorbo al café, los ojos le dolían, la nariz le moqueaba, mientas él continuaba con su extensa argumentación sobre su inmaculada inocencia, explicando con una sarta de incoherencias por qué él era tan sólo una víctima de las consecuencias. Pero una de las dos partes no colaboraba en la discusión, cuando él intentaba herirla para que entrara al trapo, eso no ocurría como él esperaba, ya no, nunca más, hacía ya tiempo que había pasado la barrera del dolor, y por él ya no sentía otra cosa que asco. Él cambió de estrategia, y su prepotente charla se convirtió en un lastimero discurso, como un último intento de infundirle pena a la muchacha, ella le miraba los labios, deseados en otro tiempo, ahora le parecían repulsivos. Tomó aliento, se sentía con fueras para rehacer su vida de nuevo, dejó de llorar, lo miró a los ojos y le dijo con voz alta y clara -Gracias-, él la miró extrañado, ella se levantó y se acercó a la barra, le susurró al camarero algo al oído antes de salir decidida y con paso firme por la puerta del bar. El abandonado personaje miró al camarero, confuso mientras éste se acercaba a su mesa con un vaso en la mano –Whisky añejo por orden de la señorita, espero por su bien que pueda pagarlo ó se va a hartar de fregar platos...

lunes, 17 de agosto de 2009

El Olvido, Locura y Muerte.

El Olvido

Y allí solo en mi castillo me sentí vencedor, soberano entre fantasmas, señor entre sombras, y de los mas profundos rincones de fría roca, retumbaban los caprichos de la tierra en monotono compás ¿que buscas de mi oh fría dama? portadora de olvido, hermana de la soledad, ¿no tengo suficiente con mi solitario castillo? martirízame sin piedad, pues ni las escurridizas ratas que entre lápidas y ataúdes se arrastran tienen la decencia de presentarse ante mi trono para pedir asilo. ¿No os bastó con la victoria de cien mil batallas? tal tortura para mi alma, que tras los años mi gloria ha sido olvidada, tal suplicio para mi amada que tras ver mi espada ensangrentada diome por muerto en la batalla... Dadme ya la muerte si aun os queda algo de alma humana...


Locura y Muerte

Serpentea el camino entre árboles y arbustos, ya monótono en mis oidos el crujir de hojas secas bajo mis pesadas grebas. El viento, sinuoso sopla entre los árboles y me roza el rostro con fría caricia, cual mariposas mortecinas, hojas revolotean observandome divertidas, la noche acecha en el horizonte recortado por copas de árboles.
Susurros a mi espalda, alerta, empuñadura en mano vigilo mi retaguardia, solo el susurro del viento me aguarda, alcahuete traicionero que mil secretos guarda, y de vuelta al camino que nunca se acaba vuelvo a enfundar mi fiel espada. Triste tarde de otoño que acosado por invisibles enemigos me debato por la vuelta darme y con certera estocada abatirlos, mas, solo árboles encontraré si lo hago, y mi armadura ya pesa como si en plomo estuviera forjada, y mi espada mellada después de largos años de batalla, y aqui donde el sendero se estrecha, la locura me espera entre arboles, viento y hojas, y mis pasos se acortan, y la noche serena cubre mi rostro, para siempre, bajo las hojas de éste bosque sin nombre...

In Extremis

Inauguramos el blog con un relato de “terror” convencional...


In Extremis

Cerró la tapa de ataúd, cansado del esfuerzo se apoyó sobre el recipiente funerario, no volverá a ocurrir, estaba seguro de ello, había seguido todos los pasos como le habían sido dichos, tomaba aliento mientras deseaba con todas sus fuerzas no repetir la horrorosa odisea por la que había pasado durante todo ese tiempo, si el maloliente anciano le hubiera explicado detenidamente lo que se le venía encima, probablemente hubiera preferido acarrear con las consecuencias de tan desafortunada visita o quizá perecer en el intento, después de varias semanas de raptos, sacrificios, exhumaciones, rituales sacrílegos en luna llena, continuas profanaciones, herejías de lo más extravagantes, más raptos y sacrificios, etc... estaba destrozado, total y absolutamente jodido, incapaz de nada que no fuera deslizarse torpemente para salir del mohoso mausoleo, olvidar y dejar atrás para siempre todo aquel desquiciante embrollo.

Creyó escuchar un golpe a sus espaldas, incrédulo se volvió para comprobar que el ataúd pertenecía inmóvil en la misma posición que lo había dejado, se aseguro de que todo estaba como debería estar; había dibujado correctamente con lacre rojo el símbolo de los doce cuernos, la tapa estaba sellada con cera de una vela previamente ritualizada y el clavo de oro seguía clavado en la dura tapa, era imposible que volviera, imposible, se tiró de los pelos y se dio varios cabezazos contra la húmeda pared, pero ya era incapaz de sentir más dolor, y no quería pasar por un infierno de alucinaciones y locura. Repasó mentalmente todo el plan, no cabía posibilidad de error, excepto si la virgen no era tan virgen como ella había afirmado, aunque ya era demasiado tarde para asegurarse, sin haber marcha atrás posible solo quedaba encomendarse a la esperanza de que lo hubiera sido, pues esa mentira inocente podría haber arruinado todo el proceso, pero todo había salido demasiado bien como para poner en duda la castidad de la chica, cada vez que bajaba los párpados seguía viendo sus ojos de cordero degollado antes de degollarla de verdad, y aunque cuando llevó a cabo su sacrificio ya había sobrepasado con creces el punto sin retorno, seguía siendo humano y la mirada de la pobre muchacha fue la daga que terminó de atravesar su corazón.

Otro golpe más, se volvió asustado, alucinaciones, pensó, tenía que ser alucinaciones, maldición, pensó, todo el torrente de acontecimientos había minado su cordura y sus agotados sentidos, claramente alterados, no eran ya de fiar. Se preguntaba si realmente era merecedor de todo lo que le había sucedido, jamás volvería a ser el mismo y era perfectamente consciente de ello.

A duras penas consiguió cerrar la pesada puerta de forja, las oxidadas bisagras se estremecieron, gritaban culpándolo por lo que había hecho. Miró las descascarilladas baldosas de piedra que se extendían hasta el paseo principal del cementerio, el chirrido de los pequeños guijarros al arrastrar de su paso se clavaba penetrante en los doloridos tímpanos, suaves hilos de seda, tejidos por laboriosas arañas, le acariciaban con dulzura la cara, había elegido esa cripta, y no otra, por que hacía años que nadie la visitaba, abandonada a su suerte, olvidada en el rincón más oscuro del cementerio, donde ni los niños, ajenos a los prejuicios y supersticiones de los adultos, intentaban aventurarse a sus cercanías.

El estrecho andador parecía hacerse infinito, una suave brisa mecía las secas hierbas que plagaban hasta el más minúsculo recoveco de tierra y las mortecinas hojas de los ancianos árboles chocaban las unas con las otras en una aparente batalla sin fin. Tan solo quedaban unos escasos metros para la deteriorada calzada principal de la necrópolis, el cielo se abría despejado y majestuoso ante el, cientos de miles de luminosos testigos vigilaban inmóviles sus movimientos, hasta la última entrecortada respiración, y la luna, mirando con su habitual desdén, proyectaba largas sombras de cruces y desgastados angelotes. El viento arreciaba, gimiendo entre grietas y enmarañados laberintos de piedra tallada, el cada vez más lejano bullicio de la campal batalla entre clorofílicos guerreros se fundía con el creciente lamento que producía el recuerdo de los muertos.

Creyó escuchar gruñidos entre las lápidas, grotescos gruñidos sedientos de sangre, animales peleando pensó, pero sintió como la esquiva sombra se deslizaba entre los antiguos nichos, siniestra, amenazante, mortal.

Aceleró su paso todo lo que pudo, por su cabeza pasaban miles de imágenes formando bestias mitológicas, alas, garras, dientes y colmillos, cuernos, era la incertidumbre lo que le mataba, la sombra que lo enloquecía y rondaba como el depredador que era.

Paró en seco su precipitada huida, ya no sabía a donde iba ni de que huía, solo tenía segura la sensación que desde dentro le empujaba el pecho como si fuera a estallar, le subía por el cuello hasta los ojos que movía y agitaba sin control, y hacía castañear su mandíbula desproporcionadamente, sus piernas temblaban como las de una marioneta que le han cortado los hilos, y su esfínter comenzaba a perder la integridad.

Se agarró a la cruz más cercana, la gabardina, ondulante al viento lo fundía con el inamovible trozo de piedra, se aferró a ella todo lo que pudo, tocaba su textura, la rozó con los labios, fría piedra como la piel de los muertos, el hedor de la tumba inundó sus fosas nasales, la tierra removida, cada vez se agarraba con más fuerza a la enorme cruz, en mal momento se le ocurrió leer la inscripción, pues con gran horror comprobó que era su nombre, la ira tomó forma en su mirada y con una desproporcionada rabia golpeaba incesantemente la dura piedra mientras gritaba incoherencias.

Vencido por el agotamiento se derrumbó súbitamente, y agazapado comenzó a darse pequeños golpecitos en la cabeza con los nudillos de sus ensangrentadas manos repitiéndose una y otra vez lo imposible que era lo que le estaba sucediendo.

Algo se mueve entre las tumbas, pensó, algo macabro y profano, añadió, estiró el cuello para intentar otear que lo acechaba entre sombras, miraba nervioso hacia todos los lados, sin tener la más mínima idea de que buscaba. Se levantó a duras penas, ayudado por la imponente cruz de piedra. Tengo que salir de aquí, pensó mientras vigilaba los huecos entre lápidas. Se encontraba en el centro del cementerio, el punto más alejado de cualquiera de las cuatro salidas del antiguo camposanto.

Volvió a escuchar el movimiento que tanto temía; se dio la vuelta sobresaltado para descubrir horrorizado dos ojos en la oscuridad, redondos y rojos, inmóviles, no pestañeaban, solamente le vigilaban impasibles. Quedó paralizado por el tremendo pavor que sentía en su interior, no podía mover músculo alguno, por mucho que deseara huir, parecía hipnotizado por los ojos perfectamente circulares como claraboyas y rojos como la misma sangre que deseaban ansiosamente. Entre las tinieblas comenzó a definirse una hilera de numerosos y afilados dientes, babeantes y supurantes de algún tipo de líquido amarillento, repulsivo y detestable, el arrugado morro de la bestia se dejó iluminar por la enorme luna llena, tenía pequeñas protuberancias óseas que destacaban ligeramente sobre la diablesca negrura de la piel del animal.

Intentó gritar, pero la voz no salió, la bestia avanzó hacia el, amenazante olisqueaba el aire, su cuerpo parecía difuso a los ojos del pobre miserable, cansados y vidriosos, les era imposible encontrarle una forma conocida, pero lo que sí veía claro era que de sus cuatro retorcidas patas nacían unas afiladas garras como cuchillas que rechinaban al entrar en contacto con las losas del suelo. La criatura produjo una especie de sonido gutural para terminar de helar la sangre de su presa.

Se orinó encima, todos los músculos de su cuerpo, sin excepción alguna, temblaban, le dolía la garganta de angustia, como si le hubieran clavado en ella un puñal. Fue cuestión de segundos, la repulsiva bestia se abalanzó sobre el, hincándole dientes y garras en el cuerpo, la sangre saltó por todos los lados, sentía como lo iba despedazando, el dolor más atroz que un ser humano pueda imaginar se extendía hasta la última terminación nerviosa de su cuerpo, notó como sus tripas se desparramaban por el suelo, su cuello sangraba, la bestia le cavaba las garras en el pecho e intentaba arrancarle las extremidades a mordiscos.

Ya no sentía dolor, solamente morir, entonces abrió los ojos por una última vez, pero para su asombro la maligna criatura no estaba, y para mayor escarnio se sorprendió a si mismo mordisqueándose el brazo, se había arrancado trozos de la gabardina y la camisa con sus propias manos, en las que conservaba los jirones de las prendas. Se levantó confuso del suelo, instintivamente se palpó el cuerpo para comprobar que, efectivamente, estaba de una pieza. Rompió en un desesperado llanto mientras se golpeaba bruscamente en el pecho, al borde de la locura.

Comenzó a amanecer, las alargadas sombras de las lápidas se dibujaban al negativo de la tenue luz matinal, después de tan larga noche el sol de la mañana comenzó a calentar su fría piel. La claridad del día disipó todos los miedos, todas las sombras que la noche creaba con sus siniestras pinceladas, ya no había lugar para el terror, la locura, el desánimo, la duda... yacía ahorcado de la enorme cruz de piedra.