miércoles, 11 de noviembre de 2009

Post Mórtem - Día 3

Éste relato está dividido en varias partes que se corresponden con los días en los que se sucede la acción, son publicados por separado. Para evitar la lectura equivocada del capítulo se incluyen links directos a cada uno de los capítulos anteriores y posteriores, de forma que la lectura y localización de los mismos sea más sencilla, por igual, el grueso del texto estará oculto bajo la etiqueta “Leer más” para evitar "metidas de pata". Espero que os guste.

Día 1
Día 2

Post Mórtem - Día 3

Por Ismael Guerrero.

Con la colaboración de Diego Alberto Gimeno en las traducciones a fabla aragonesa.



Día 3

Estaba entre las primeras brumas del sueño cuando Rebeca irrumpió en mi habitación y me hizo bajar a fuerza de voces arrieras. Nunca entenderé el entusiasmo de esa mujer por madrugar. Ésta vez el desayuno constaba de un enorme vaso de leche con un denso bizcocho a escala.

-Rebeca, anoche fui al cementerio y me di un paseo por él.- La mujer me miró sobrecogida.

-Pues usted está benau, Don Javier.

-¿Me llama loco por dar un tranquilo paseo entre viejos trozos de piedra?, Rebeca...- dije con cierto aire de soberbia -que hay que tener miedo de los vivos, no de los muertos...

-Piense usted lo que se le venga en gana- dijo muy seria -pero los... ¿usted no ha oído las historias que se dicen sobre éste pueblo?

-Hasta hace dos días ni sabía que existiera, pero adelante Doña Rebeca, ha picado mi curiosidad, cuente sus historias de credibilidad incierta.- La vieja tomó aire, su tono de voz cambió y un aura lúgubre invadió la habitación.

-Hace muchos, muchos años, muchos más de los que puedan recordar los aldeanos del pueblo, los que entonces andaban éstas calles descubrieron que había una bruja entre ellos. Las sospechas removieron amistades, levantaron enemistades, los jóvenes dejaron de festejar por miedo a ser seducidos por la bruja. El cura, velador de su rebaño, interrogaba a todas las mujeres que se cruzaba por la calle y a muchas de ellas las arrastraba a la iglesia para profundizar en su interrogatorio. Mientras tanto las cosechas seguían pudriéndose, los animales enfermaban y los niños nacían muertos. Tras las duras investigaciones del reverendo, a las cuales en ocasiones se sumaba el alguacil, consiguieron, no sin hacer que se derramasen lágrimas y mas de alguna gota de sangre, dar con la pérfida bruja que, oculta en la sobra, había envenenando el pueblo. Una horda enfurecida de campesinos la hizo arder, empalada en medio del cementerio para que su malvado espíritu se quedara atrapado en el suelo sagrado, prisionera de su eterno tormento, condenada a observar desde lejos su fracasado plan. Pero tanto cura como alguacil habían pasado un detalle por alto. La bruja tenía una amante, que se ocultaba bajo la casta e inocente apariencia de la mujer del mismísimo alguacil, que sin ser descubierta maquinaba para llevar a cabo su brutal venganza. El cura, un hombre místico y sabio, vio en sueños como el propio Dios señalaba la esposa del alguacil como artífice de todo el mal que sufrían sus parroquianos. El santo mosén, un hombre bravo, raptó a la aspirante a bruja y la encadenó en las mazmorras de la iglesia, de donde no salió jamás. Dicen que el alguacil se volvió loco y mató al cura, o lo enterró vivo en el cementerio, también dicen los más viejos que luego una muchedumbre quemó al alguacil y arrojaron sus huesos en una fosa sin nombre, otros que desaparecieron en los túneles que recorren el pueblo por debajo, pero todos coinciden en que cuando el fuego verde flota sobre el cementerio, es mejor quedarse junto al calor del hogar, pues tanto el cura como el alguacil levantan sus descarnadas osamentas para buscar aldeanos incautos en los que saciar su ira...

-¡Rebeca!- exclamé para salir del trance en el que me estaba sumiendo -son solo leyendas ¿realmente usted cree en toda esa sarta de mentiras? me decepciona, la tenía por alguien mucho más inteligente.- Aunque aparentaba un aplomo épico me había impresionado bastante, y después de mi experiencia la pasada noche, estaba un pelín acojonao.

-Como ya le he dicho, Don Javier, piense usted lo que se le venga en gana, pero queda avisado, no sería el primero que va en la nuei al cementerio y desaparece. Además en ésta misma casa vivieron el alguacil y su esposa, y en ocasiones... no, disculpe, no quiero aburrirlo con cuentos de viejas.

-No, no, diga, diga, ¿en ocasiones qué?

-Hace un momento no parecía tan interesado, Don Javier.- Increpó la astuta mujer.

-No me gusta que me dejen con la miel en los labios, diga ya de una puñetera vez, ¿en ocasiones qué?

-En ocasiones... se oye gritar algo más que el viento.- Dejó esas palabras en el aire y guardó un sepulcral silencio para continuar limpiando la cocina. -Cuentos de viejas, usted misma lo ha dicho.- Comenté con cierto desdén, fingiendo no darle importancia y salí a la calle.

Me dirigí al cementerio, con la luz del sol no había nada que temer según la historia de Rebeca, los implicados solo salían por la noche después de la aparición del fuego fatuo que yo mismo había visto. No quiero decir que me creyera la fantástica leyenda al pié de la letra, pero admito que sentía algo de respeto.

Llegue a la puerta de la minúscula ermita frente al cementerio. El farol volvía a estar sobre la imagen de la virgen, donde yo lo había cogido la noche anterior. Entré cauteloso en la necrópolis. La claridad del día disipaba hasta el menor atisbo de misterio. Llegué hasta la tumba removida de Mariano Dómine, cuya lápida yacía machada de aceite, culpa mía sin duda, entonces una desagradable voz sonó a mis espaldas.

-¿Has volvido pa limpiarla?- Me di la vuelta para verle la cara al impertinente ser.

-¿Disculpe caballero, me habla a mi?

-¿¡No le hablaré a los muertos!? pues mecagon el copón bendito, claro que te hablo a , ¿es que no cavilas bien?

-¿Insinúa que yo he estado aquí anteriormente?

-¡Ostia puta! Yo no insinúo nada, lo sé mu bien.

-¿A si? ¡Cuan observador e inteligente es usted pues! ¿y como lo sabe tan bien?- Pregunté desafiante.

-Por que ningún otro del pueblo sería tan tontolaba de venir al cementerio por la noche a sabiendas de la maldición.

-¿Maldiciones? ¡Paparruchas para asustar a los niños!

-Créete tú lo que te se venga en gana, pero más te vale no venir a yeste cementerio ‘n la nuei u sabrás lo qu’es el miedo.- Las afirmaciones del enterrador me desconcertaron aún más que la historia de Rebeca o las estúpidas palabras de Dionisio, todos ellos parecían estar muy seguros de lo que decían. Después de enterarme que Mariano Dómine era el tío Tinajo, lo cual explicaba la tierra removida, dejé al despreciable personaje feliz en su doblemente maldito cementerio.

Teniendo en cuenta el violento rugir de mis tripas, volví a casa de Rebeca para comer. Me recibió con un cochinillo asado sobre la mesa y me amenazó con guardar las sobras para cenar si no me lo terminaba. Charlamos sobre el tiempo, para variar, me comentó que por la mañana había sucedido un terrible accidente y al día siguiente enterrarían al hijo del herrero, el joven se había llamado en vida Jacinto. Después de la opípara comida ambos nos quedamos sondormidos al calorcico de las brasas, práctica que echo de menos de la vida rural.

Esa tarde me apetecía un buen lingotazo, así que para satisfacer mis alcohólicos deseos el lugar más indicado era el bar con su vino peleón. A mi llegada pude ver a Dionisio al fondo de la barra como al parecer era de costumbre, hice de tripas corazón para aguantar el asqueroso olor del establecimiento y me senté a su vera. Me encendí un cigarro. Mi intención era juguetear un poco con las supersticiones del pobre tonto, por entretenimiento, y de paso saber más de las extrañas leyendas del pueblo, que aunque me avergüence decirlo casi empezaba a creérmelas.

-Dionisio- susurré con aire misterioso -anoche vi como se levantaban los muertos.

Los beyistes!- gritó excitado -Mai diz que ixo no ye berdá, pero yo sapo que ellos se lebantan, los beyo cuan suenio 'n la nuei.

-¿Cuando ensueñas? eso es muy notable, Dionisio.

-Si, pero mai diz ixo por que soi un poco empanau.

-¿Tonto tu Dionisio? no, en absoluto, si acaso incomprendido- emitió una estúpida y estridente risita un poco fuera de lugar. -Dionisio, esos muertos son malos ¿verdad?- afirmó fervientemente. -Pues no te preocupes porque si me cruzo con uno de ellos... ¡Zaca! ¡Batacazo y adiós!- Se volvió a reír, parecía que estaban matando un cerdo.

-Ista nuei yo t'he beyido morir.- Dijo de repente sin venir a cuento, cambiando su tono de voz radicalmente, incluso parecía cuerdo por un momento, paleto pero cuerdo.

-¿Que cojones dices Dionisio? ¿Que me has visto morir?.- No pude evitar esa risa histérica que se me escapa cuando me pongo nervioso.

-Mañana ta la nuei tú morirás.- Repitió reafirmándose. El comentario no me hizo ni puñetera gracia, pero preferí llevarle la corriente como a los... bueno, como lo que era.

-¿Mañana por la noche? Improbable, pero si lo dices tu me lo creo, Dionisio.- Le di un amistoso golpe en la espalda. Serio como el mejor jugador de póquer se marchó corriendo.

-No se preocupe por las barbaridades que dice el mozé, no cavila con claridad.- Dijo Tirso el camarero para quitarle tensión al asunto.

-No me preocupo- contesté -¿que clase de persona sería yo si creyera las palabras de un loco?- pregunte perdiendo fuerza en la voz conforme hablaba.

-Los cuentos... son eso, cuentos- explicó Tirso mientras secaba un vaso -no hay que darles más importancia de la que tienen, de todas formas si quiere un consejo, mejor no se acerque al cementerio por la noche... ¡no vaya a ser que esas historias sean ciertas!- exclamó con cierto tono irónico.

-Gracias por el consejo Tirso, es tarde, buenas noches.

Aquella noche estaba demasiado cansado como para pasear, y si soy sincero, aunque no sea algo de lo que me sienta orgulloso, admito que las macabras historias me disuadieron considerablemente.

Una o quizá dos horas después de echarme a dormir escuché entre sueños el motor de la camioneta, pero el agotamiento me impidió moverme y poco después dejé que Morfeo me arrastrara a sus reinos.

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