Continuación de Encuentros del camino I
ENCUENTROS DEL CAMINO II
-Fránsico.-
La voz retumbó sorda en las paredes de la choza. El bardo, que yacía
tumbado en el catre después de la brutal, o mejor dicho orca, juerga de
la noche anterior, procuraba con todas sus fuerzas asemejarse a una
especie de masa, picadillo o tortilla de muchos huevos balbuceante.
-Fránsico despierta de una vez, tenemos que hablar.- Tenemos que hablar.
Es la frase mágica que hace levantarse a un hombre de golpe y que sus
testículos reboten contra el encéfalo. Más efectivo que un hechizo de
resurrección.
-¡Qué...? ¿Que pasa?
-Tenemos
que hablar.- Repitió Mariam. Fránsico quedó unos segundos observando el
infinito, con esa mirada que pone un cordero a punto de ser sacrificado
a un dios arcáico y contingente de gustos pomposamente sangrientos,
desagradables en lo relativo a la casquería y del que el pobre animal no
ha oído hablar(1) en su vida. Encontes recordó quien era y que hasta
hacía un par de meses no había sido hombre de una sola mujer (aunque se
podría argumentar perfectamente si Mariam era una mujer o no), se
derrumbó de nuevo en la cama teniendo la certeza de que todo volvería a
la normalidad después de tanto tiempo. Para un bardo que vive en el
filo, llevando caros caballos al límite de sus fuerzas por caminos de
mala muerte, que se juega todas sus pertenencias y las que no son suyas a
una sola carta sabiendo que no puede ganar y termina saliéndose con la
suya, que toda las noches deja prendadas al menos a cinco o seis castas
señoritas, que juega con la muerte a cada minuto, burla a tenebrosos
hechiceros malvados, engaña a magos arrogantes, escapa de los golpes
mortales de hábiles bandoleros en caminos oscuros y un largo etcétera,
dos meses es mucho tiempo en reposo. Para Fránsico que nada tenía que
ver con la descripción anterior, también. Pero el recuerdo de quien era
vino acompañado de otro más, el por qué había permanecido junto a aquel
orco hembra todo ese tiempo. La relación había sido una mezcla entre
miedo y atracción: Más le valía a Fránsico sentirse atraído por Mariam
si no quería que ésta de arrancara la cabeza de cuajo. Había sido sin
duda, el secuestro más extraño y erótico de todo Faerûn, cuando extraño
significa desconcertante y erótico desagradable, dando nombre al síndrome de Fránsico,
en el que el capturado no desarrolla un vínculo con el secuestrador
sino que ocurre lo contrario y la víctima se ve obligada a corresponder
si no quiere ser descuartizado al más puro estilo orco. Moda que se fue
extendiendo en todas las tribus de orcos a partir de entonces.
Fránsico
volvió a levantarse de golpe, esta vez enredándose en un atrapasueños
decorado con dientes presumiblemente humanos. Había aprendido en aquel
tiempo que Mariam era posesiva, le gustaba que le prestaran atención
cuando hablaba, o al menos que lo pareciera, se ponía histérica por
menos de nada y en ocasiones hacía preguntas que no tenían respuesta
correcta posible. Fránsico suponía que todo aquello era producido por
algún tipo de conducta social tradicional de las tribus de orcos. Nada
tenía que ver con las mujeres que él había conocido hasta entonces: las
que frecuentan tabernas o las que se van con el primer fracasado que
encuentran con tal de darle un buen disgusto a sus padres.
Por las razones antes nombradas, Fránsico escuchó todo lo que Mariam tenía que decirle y le permitió la resaca.
-Han sido dos meses estupendo, amor mío, pero...
-...Pero...- Aventuró Fránsico esforzándose con todo su cuerpo, corazón, alma y ganas en parecer profundamente apenado.
-...Pero este cuento de hadas tiene que llegar a su fin, los guerreros de la tribu empiezan a hacer preguntas incómodas.
-Perdona.- Dijo el bardo con su minúsculo sentido del orgullo herido. -¿Me estás dejando por tus amigotes?
-Hay cierta inestabilidad en la tribu...
-Espera
un momento.- Interrumpió Fránsico molesto. -¿Puedes explicarme como
esas criaturas de ahí afuera, incapaces de saber donde termina su cabeza
y empieza el casco son capaces de hacer preguntas incómodas?- Mariam
quedó pensativa unos instantes.
-Pueden ser muy persuasivos.- Dijo al fin.
-¡Ah
sí? ¿Qué clase de persuasión? “Yo matar tú”, “yo comer mucho hierro y
ahora encontrar mal”,- parodió el bardo -no se me ocurre como alguien
que solo sabe hablar con infinitivos puede... ¡Y qué si hablan?- Gritó
Paco en un desesperado intento de aparentar que poseía algo de dignidad.
-Han dicho que te comerían para la cena...- Intervino Mariam hábilmente.
-Ah...-
Fránsico comprendió por que sobraba allí, aquel argumento tenía todo el
peso de una exposición de dos horas concentrado en tan solo ocho
palabras.
-Bueno, además...- Las palabras de Mariam perdieron tanta fuerza que se desvanecieron antes de acabar la frase.
-Además, ¿qué?- Espetó Fránsico.
-No nada...
-¿Como
que nada? Ahora lo dices.- Inquirió el bardo. Dentro de la cabeza de
Fránsico se agitaban un sin fin de emociones irracionales y
contradictorias que saltaban al vacío por sus ojos enfurecidos. Es
cierto que Fránsico ardía en ganas por desaparecer de allí pero por
primera vez en su vida había sido herido en el amor propio por un
miembro del sexo contrario y era una sensación que no le estaba gustado
en absoluto.
A lo lejos, al otro lado del campamento se escuchó un crujido, seguídamente un aullido ahogado, luego silencio.
Hubo
unos momentos de confusión, de ese caos que ocurre cuando alguien lleva
mucho tiempo sin hacer algo no lo ha llevado a cabo nunca, eso tiene
una explicación: Una tribu de orcos se forma a partir de varios
guerreros jóvenes, desconformes con el chamán-jefe al mando, marchando a
fundar otra tribu para continuar con sus propias vidas. Claro que,
joven también suele significar inexperto. No existe ningún rito ni
tradición fija para este hecho de disgregación, pero no está mal visto
en la tradición orca. Ocurre de forma espontánea, de manera que los
guerreros cargan exclusivamente con lo necesario y marchan lejos. Es muy
común que éstos guerreros se den cuenta demasiado tarde de que no hay
hembras entre ellos, ya que la filosofía orca niega el retroceso sobre
los propios pasos so pena humillación y sus conocimientos sobre el ciclo
reproductor no son demasiado extensos, en un alarde de originalidad e
imaginación llegan a los desagradables malentendidos que el lector puede
imaginarse. Esta teoría comúnmente aceptada por los mago-antropólogos
especializados explicaría los clásicos grupos solitarios de orcos que
parecen surgir de la nada y asaltar a los aventureros por la noche o en
caminos de montaña, al igual que la voluble irritabilidad de los
mismos, lo que nos lleva de vuelta al hilo principal de la explicación.
Los heróes y aventureros errantes por regla general arrasan los
campamentos orcos hasta los cimientos, incluso asesinando crías a sangre
fría, con el objetivo de conseguir tesoros y la valiosísima experiencia
de combate. De esta forma, siempre que un héroe ataca un campamento
orco es la primera vez para éstos últimos, produciendo una clara
desventaja entre las verdes filas verdes y alimentando de nuevo ésta
relación causal recíproca.
-No
quiero hacerte daño Fránsico.- Dijo Mariam. En lo que con otro contexto
habría sido un cinismo cruel, hay que aclarar que la jefa del
campamento no era agresiva por naturaleza sino que estaba atada a las
terribles pasiones que arrastran a los de su raza. Lo que para un humano
sería un mal día, para un orco se convierte en una matanza y un
incidente ligeramente molesto como perder las monedas para la cerveza
mañanera pasa a ser motivo para matar a alguien, todo producto de la
sangre orca y su baja temperatura de ebullición, metafóricamente
hablando.
-Pero si tanto insistes... te falta hombría.- Lapidó Mariam. A Fránsico le rechinaron los dientes.
-Quemef... ¡Quemef...?
-Sí, hombría, valor.- Añadió la jefa.
-¿Me
estás llamando cobarde!- Gritó Paco ciego de ira. -Pues que sepas que
soy más valiente que cualquiera de los orcos de ahí afuera!
-Ah, ¿Sí?- Plasmó Mariam en una sonrrisa que transmitía sed de sangre.
-¡Sí! ¡Hasta un kobold podría con cualqueira de los orcos de tu tribu!
-¿Te estás comparando con un kobold?- Cuestionó Mariam perspicaz.
-¡Sí! … ¡NO!- Rectificó el bardo. -Solo digo que...
-Que
los orcos están tan débiles que hasta tú pdorías con uno de ellos.-
Terminó Mariam. Fránsico se dió cuenta de la triquiñuela y guardó
silencio.
-Admítelo Fránsico, no tienes cojones.
Aquella
fué la última y definitiva puñalada al autoestima de Paco. Da igual lo
cobarde y rastrero que sea un hombre, nunca se le ha de ofender o poner
en entredicho su hombría o valor si no se quiere llegar a consecuencias
desagradables.
-¡Pues
tú...- El tiempo se suspendió, literalmente, pues en la otra punta de
Faerûn un poderoso mago había cojurado el encantamiento para parar el
tiempo y poder hacer trapas a las cartas. Cuando el Tiempo volvió a
poner costosamente en marcha su vieja y pesada maquinaria (que está
hecha de madera y latón) Fránsico buscó rápidamente en su cerebro que
era lo peor que se le podía decir a una mujer, y en un alarde de
originalidad concluyó -...estás gorda!
Los
músculos se tensaron en la cara de Mariam, más de lo habitual. Fatal
error. Cuando antes decíamos que traería consecuencias desagradables nos
referíamos obviamente para Fránsico. Nuestro bardo pudo ver como un
puño enormemente verde se lanzaba de forma súbita hacia su mandíbula.
El
Universo decidió gastarle una broma de mal gusto al pobre Paco. Aquel
poderosísimo mago tahúr volvió a parar el tiempo (habían repartido una
nefasta mano) pero algo no salió bien y aunque no venga a cuenta diremos
que a ese mago le quedan escasos minutos para morir: La conciencia de
todos los seres vivos de Faerûn permaneció intacta y consciente durante
aquel no-tiempo. Paco pudo observar, durante más o menos diez segundos
aquel yunque de piel y huesos suspendido en el aire. Sin lugar a dudas
se llevaría varios dientes del golpe. Pensó en lo que le iba a doler,
incluso le dió tiempo de imaginarse lo poco atractivo que quedaría
desdentado, así que decidió por su propia imagen personal intentar
esquivar el aparentemente inexorable jetazo. Calculó, un poco a ojo de
buen cubero (borracho y con cataratas), la trayectoria del puño.
Todo
volvió a la normalidad, la física retomo sus leyes naturales ya
acomodadas en el mundo y la inercia hizo su trabajo. Paco, mentalizado
para zafarse de aquel acorazado de callos y cicatrices, hizo un hábil
giro de cabeza, pero en vez de apartarse puso la sien y cayó al suelo
como un saco de patatas podridas.
-Creo
que está muerto.- Dijo una voz ronca pero suave, como un pantalón de
terciopelo y encaje de bolillos, usando una entonación que sugería el
mismo mal gusto estético.
-Me
pregunto que hacía con el jefe orco, estas criaturas no suelen hacer
prisioneros.- Cuestionó otra voz que sonaba como un fuelle roto con un
ratón histérico dentro.
-Le
gustarán afeminados.- Añadió la primera voz, y ambos echaron a reír. Se
escucharon unos chasquidos y la segunda voz soltó una palabra
malsonante en un idioma desconocido.
-Otra vez no...- Exclamó sombría la primera voz.
-¿Había una hoguera fuera verdad?- Preguntó la voz chirriante.
-Creo que sí, no lo recuerdo muy bien... estaba demasiado ocupado descuartizando a esos monstruos sin alma.
-¿Has matado a las crías?- Comentó la segunda voz con tono rutinario.
-Sí.-
Afirmo el otro. -Hasta la última. ¡Y es más! Les he sacado los dientes,
he oído que se cotizan muy bien en el mercado negro... Me lo comentó un
githyanki en Puertocráneo...- Divagó unos segundos. -Algo de un conjuro
que servía para algo que no me acuerdo que era...
-Mientras saquemos buena tajada como si quiere invocar a mil demonios del infierno.
-¿Y encontrarte con tu padre?- Bromeó la primera voz.
-¿Eso lo dice un enano alto y sin barba?- Espetó la segunda un tanto irritada.
-Bien, veo que es momento de marcharnos.- Atajó la primera. -¿Que hacemos con este pimpollo? No parece llevar nada de valor.
-Creo que se ha movido.- Comentó el segundo no demasiado ilusionado.
-Deberíamos dejarlo aquí tirado.
-No me parece muy humano.
-¿Y eso lo dices tú?
-Amigo,
los enanos te enseñaron a blandir un hacha, pero está claro que no te
explicaron que es la ironía.- Se hizo un silencio incómodo en el que
solo se escuchaba una pesada respiración. Lo rompió la primera voz.
-¡Pero entonces nos lo llevamos o qué?
-Dejarlo aquí no es demasiado lucrativo.
-No te sigo.
-Quiero decir, si sobrevive Szordrim dará buena cuenta de él y si no...
-¿Lo tiramos a un pozo?- Pasaron unos segundos antes de que la segunda voz contestara.
-En
ocasiones eres exasperante.- Dijo finalmente a sabiendas de que su
compañero tenía dificultades para comprender palabras de más de cuatro
sílabas. -Se lo llevamos a John(2).
-¿El nigromante?
-El
mismo, paga bien por cadáveres frescos.- Lo cargaron en un duro hombro
forrado de aún más duro cuero tachonado, en una postura nada cómoda.
Fránsico, que permanecía en un estado de semiinconsciencia algún día
recordaría aquella conversación con un escalofrío en la espalda.
Paco
se despertó junto a la hoguera de un campamento improvisado, ya entrada
la noche y con un dolor de cabeza como si se la hubiera coceado un
caballo. Acostumbrado a recobrar el sentido en extraños lugares que no
había visto en su vida se sentó frente al fuego para calentarse, en un
intento de terminar de recobrar la vida. Cuando su cerebro comenzó a
volver perezosamente al interior del cráneo se percató de que había dos
catres, uno de ellos relleno con un bulto que de vez en cuando gruñía
como un animal salvaje y acorralado. La otra manta estaba vacía.
Fránsico
utilizo una lógica simble combinada con algo de matemáticas de un
aprendiz de mago: 1+1=2; le faltaba uno, luego la conclusión era
sencilla. El otro tanía que estar cerca, no estaba a la vista y
presumiblemente lo estaría observando. Tras varios disimulados intentos
de otear alrededor no consiguió ver a nadie.
Nuestro
bardo no era tonto, ni mucho menos, más bien todo lo contrario, su
problema era ser extremadamente despistado, casi como si sufriera una
borrachera crónica. Imaginemos un instante que logramos eliminar de las
cercanías de Fránsico cualquier distracción posible, sobre todo las
moscas, el mundo se vulve completamente gris y lo rodean un montón de
señores con cara amuermada y traje de funcionario, entonces Paco sería
capaz de pensar en objetivos realmente brillantes.
El
bardo miró hacia el firmamento, las copas puntiagudas de los árboles se
recortaban anaranjadas por el fuego contra una oscuridad infinita, tan
prounda casi como la del corazón del que lo vigilaba en silencio.
Fránsico notó un olor extraño en el ambiente. Olfateó. No se trataba de
un aroma propio para un bosque y le era ligeramente familiar. Puso a
prueba su fina nariz de catador. Tras varios intentos fallidos de
saborear el aire que le rodeaba llegó a la conclusión que no era un
aroma sino la composición de varios, y el más claro, pero no el más
llamativo, un rastro de azufre, pero había cierto matiz que se le
escapaba.
Se
movieron unos matorrales y de entre las sombras apareció un tipo con
pintas de explorador. No me extenderé más en la descripción porque va a
morir horriblemente en menos de diez segundos y no era el segundo
captor. Miró al bardo y dijo -Fránsico, debéis
venir conmigo.- Casi sin terminar la frase, un silbido como el tañer de
la guadaña de la misma muerte partió el aire, una flecha escarlata
atravesó uno de los ojos del desdichado individuo, instante después
explotó su cabeza produciendo una desagradable cascada líquida de
salpicaduras y sesos salteados. Una risita siniestra se escuchó de
fondo.
Gracias
a que Fránsico no era muy consciente ni de su propia existencia lo
aceptó con facilidad, pero le quedó claro que más que rescatado, había
sido raptado de nuevo. Empezaba a acostumbrarse y se decía a si mismo
que no podría ser peor que lo de Mariam. Pobre infeliz.
Se
escucharon unos pasos a su espalda, Paco no se molestó en volverse
porque si lo quisieran muerto había quedado muy patente que ya lo
estaría y le parecía obvio que aquellos pasos estaban forzados para
hacer ruido. Mientras tanto, el individuo dormido ni se había inmutado
con la explosión pero tan pronto los trozos de explorador que habían
caído al fuego comenzaron a desprender cierto aroma a barbacoa se
escuchó mascullar *en éfico* ¿Comida?.
Una
mano se posó en el hombro de Fránsico. -Así que nuestro estimado
huésped se ha despertado.- Sonó en un tono a caballo entre ironía y
desilusión soplado a través de los tubos de un órgano roto y sucio.
-¿Que clase de modales tengo?- Continuó mientras Paco observaba de reojo
una mano rojiza y con uñas largas. -Todavía no me he presentado.
-Y eso que lleváis largo rato observándome.- Puntualizó el bardo.
-No sois tonto, y os agradezco por vuestra propia seguridad no haber huído, de lo contrario...
-Ahora estaría muerto.- Interrumpió Paco mordaz.
-Exacto. Mi nombre es Hazael.- Dijo la voz asmática. Hizo una pausa dramática. -Tú eres Fránsico.
-Sí, Paco para los amigos.-Expresó inseguro el bardo. -Llámame Fránsico.- Añadió. -¿Me conocéis?
-¡En absoluto!- Apresuró el recién aparecido.
-Os agradezco haberme rescatado
de la, el orco jefe.- Rectificó ágilmente Fránsico.- Estuvo a punto de
matarme.- Pero en otra ocasión y de otra forma, completó para sus
adentros.
-No agradezcáis tan rápido...- dijo sin terminar de captar la ironía -¿bardo?- Cuestionó Hazael -¿O solamente eres un poco rarito?
-¡Soy! Un juglar.- Aclaró Fránsico con orgullo desmedido. -Y a mucha honra.- Añadió.
-Bien,
bien. No está mal. Tiene que haber de todo en Faerûn.- Lapidó Hazael
pero Paco hizo caso omiso porque entró en ese estado de alerta de
alguien que está maquinando un plan, esos momentos preliminares en los
que se afila la mirada y aparece media sonrisa en la cara.
-¿Sabes?-
Comenzó aún siendo una forma gramaticalmente incorrecta para empezar
una frase. -Bardo no se hace, se nace. No hay elección a la hora de
sentir el arte y los placeres de la vida de una forma más elevada que
vosotros criaturas de bajo rasero.
-¿Por placeres de la vida te refieres al vino y las mujeres?- Interrumpió Hazael.
-Bueno... básicamente sí.- Contestó Paco inseguro, consciente de haber perdido toda su carisma de golpe.
-¡Eso le gusta a cualquiera! No alardes tanto.
Fránsico supo que era el momento.
-¡LEAZAH!-
El universo tiene unas reglas, Fránsico lo sabía. Los demonios no son
cosa del Plano Material y hasta el bardo más inexperto(3) sabe que para
expulsar a una criatura de los Planos Inferiores de vuelta a su lugar
hay que decir en alto su verdadero nombre que como todo el mundo sabe
los extraplanares demoníacos no son muy creativos y suelen dar el mismo
dicho al revés.
El
bardo se giró de un ágil brinco para encontrarse de bruces con una
enorme y sonora bofetada que le hizo dar tres vueltas sobre si mismo.
Fránsico miro hacia arriba, palpándose la mejilla y encorvado del dolor.
Un hombre, por llamarlo de alguna manera, con la piel color rojo
cereza, enfundado en una elegante armadura de cuero, botas caras y un
exhuberante sombrero de ala, colocado de medio lado con la intención de
dejar un pequeño cuerno a la vista que sobresalía de su frente miraba al
bardo con indiferencia. No era un demonio sino un tiflin bastante
cabreado.
-¿Tú eres gilipollas, verdad?
La respuesta de Fránsico no fue más que varios gemidos incomprensibles. Junto a la hoguera se escuchó -Cinco minutos más, madre.
(1) Es
el caso de una pequeña línea evolutiva del Ovis orientalis aries en las
cordilleras al sur del desierto de Shaar. Tiene especialmente
desarolladas las capacidades cognitivas y el aparato fonador, según
algunas investigaciones se ha llegado a la conclusión de que esta
desambiguación de la especie se debe a los residuos mágicos producidos
en Halruaa. Pero pese a estas cualidades inéditas en miembros de la
especie ovina nunca tienen nada interesante que decir y son
tremendamente manipulables.
(2) Un
nombre nada glamuroso para un nigromante, pero un nigormante
inteligente es un nigromante vivo, y la clandestinidad es prioritaria
para un hobby
que requiere cadáveres. Los nombres estrambóticos que sugieren necrosis
son faros destelleantes para aventureros entrometidos. Con un nombre
tan común como John siempre se puede usar el viejo argumento de “Yo no
soy ese John del que habláis”, para cuando los héroes se den cuenta del
engaño estarán rodeados de zombies y el nigromante habrá corrido a un
lugar seguro.
(3) Se consideran bardos inexpertos los que llevan cinco borracheras o menos.